Fotografía: Elisa Rodríguez |
Acaba de empezar marzo, mes de la vida.
Cernuda dijo que las violetas, breves, mojadas, melodiosas, son un grito de
marzo. Alas nacientes por el aire tibio. Se nota que don Luis Cernuda estaba en
el lejano exilio, porque aquí florece la violeta en febrero. Marzo es palabra
breve y sugerente. Se abre con una “eme” sensual y acariciadora. Sigue con la
abierta “a” de primavera y, antes de que nos hayamos dado cuenta, aquí esta la
“erre” y la “zeta”, las mismas de cierzo y zarza. Anuncian lo que de inhóspito
e hiriente se nos viene. El esplendor
solar y el perfume del naranjo aún no han vencido cabalmente la larga estadía
del invierno. Una oronda “o” acaba la palabra de modo definitivo y sin sucesión
posible.
Mirad, ya está aquí el remolino de marzo,
mes contradictorio como la vida. Ya se acerca el olor a incienso y las noches
parecen de primavera tardía y hay bullicio en los bares a la hora del
aperitivo. De un momento a otro restalla la flor de azahar. Pero..., ¿y este
vientecillo helado que ha venido a estropear la mañana? ¿Y estas nubes que han
ocultado el sol? Qué difícil hacer una maleta en marzo. ¿Me llevo la gabardina,
el gabán o el abrigo? Da igual. Siempre termina uno equivocándose.
El aire, a veces frío, es de invierno. Pero
las luces son ya de primavera. Al pasar por el portalón de una casa sevillana
con patio es posible que oigáis, allá adentro, un pájaro anunciando el estío.
Los días primeros de marzo suelen tener con frecuencia la suave tristeza y
mansedumbre del otoño. Y de pronto, una mañana el cielo es de un azul tan vivo
como el de una postal de los años treinta.
Pienso yo que Marzo, por su naturaleza
tornadiza, es el mes que más insólitas sensaciones nos depara. Después del
letargo del invierno, qué sorpresa ante el canto de los pájaros, ante el cielo
azul, ante esas flores que nuestros sentidos habían relegado a simples datos de
la memoria cuando están aquí vivas, rientes, carnales casi... A uno, que ya va cumpliendo años, le invade
una vaga nostalgia al ver cómo se renuevan los ciclos de la naturaleza en torno
suyo, al oír la algarabía de las voces juveniles. Pero esta nostalgia es
también tornadiza como el mismo marzo. Pues, a fin de cuentas, comprendemos
que, mientras la vida esté a nuestro alrededor, nosotros somos también la vida.
Qué tibieza húmeda. A la caída de la
noche sonarán las campanas dentro de nuestro pecho. En los viejos barrios de
cualquier pueblo o ciudad andaluza las campanas continúan siendo omnipresentes,
y con su tañido nos devuelven un eco argénteo de nuestra infancia. Pero qué
remedio, amigos, qué remedio. Dadme una guitarra para calmar mis penas. Uno no
tiene derecho de ponerse demasiado nostálgico en un artículo. Pero ustedes me
disculparán. Porque saben como yo lo que ocurre cuando se hacen presentes,
aviesos y sin avisar, los años. Qué animales extraños.
Fernando Ortiz
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