viernes, 9 de octubre de 2015

Cajón de sastre. Una tumba sin nombre. Pedro Sánchez Núñez



“es mucho más difícil y más heroico que dar la vida por las ideas, el procurar comprender las ideas de los demás”.

En la hermosa Iglesia de Santa María Magdalena, nada más cruzar el cancel, hay una lápida sepulcral, blanca y cuadrada, sin identificación del cuerpo que cubre. Allí fue enterrado, en UN secreto que inexplicablemente aún se mantiene, uno de los más ilustres sevillanos de su época, vilmente asesinado por una turba de desalmados y supuestos patriotas. 

Don Juan Ignacio de Espinosa y Tello, III Conde del Águila, pertenecía a una noble familia Sevillana de rancio abolengo y presencia permanente en el gobierno de la Ciudad.  Él mismo, cuando el 26 de mayo de 1808 se produjo en Sevilla el levantamiento popular contra los franceses llevaba 23 años ocupando cargo de Caballero Veinticuatro del gobierno municipal. Su actuación como Procurador Mayor figura en lugar destacado de las Actas Capitulares de este periodo, acreditando su buen hacer y su constante empeño en velar por los intereses de Sevilla y en defender el orden y la decencia en el funcionamiento de la cosa pública. Por su rectitud y honradez se atrajo mortales antipatías de los interesados en mantener los abusos que trató de reprimir, con tanto brío como insistencia. Se decía que el más enconado de sus adversarios fue el Conde de Tilly, con quien había tenido en aquellos días un choque personal.

Guichot  relata que la misma mañana del 27 de mayo de 1808, “una turba furiosa de la peor gente sevillana, capitaneada por un oficial retirado de apellido Saavedra se dirigió a las casas del Conde del Águila, a quien acusaban de traidor, por haber alojado en ellas a un Ayudante de Murat que vino a Sevilla con pliegos e instrucciones para las autoridades; y por suponer que como Procurador Mayor había inclinado el ánimo de los demás Regidores, a nombrar los Diputados que habían de representar a ésta Ciudad en la parodia de Cortes convocada por Napoleón en Bayona”. 

Al no encontrar al Conde en su Casa, y alertados por alguien que les informó que pretendía abandonar la Ciudad en carruaje, se dirigieron a la puerta de la Macarena donde le alcanzaron, le sacaron por la fuerza del carruaje y, entre empujones, insultos y gritos de “afrancesado”, le presentaron ante Francisco de Saavedra, Presidente de la Junta Suprema, con la pretensión de que ordenara su inmediata ejecución. Éste ordenó de momento su ingreso en la Cárcel de los Nobles, situada en el Castillo de San Jorge, esperando ganar tiempo para que las iras se aplacaran. Lejos de ello, en el traslado del Conde a la Cárcel, los insurrectos se apoderaron de él y entre pedradas y bayonetazos le condujeron hasta el castillo (puerta) de Triana, donde un fraile franciscano le absolvió y seguidamente le dieron cruel muerte, colgando su cuerpo de la barandilla de un balcón donde estuvo expuesto todo el día.  

A las doce de aquella noche, el Deán don Fabián de Miranda, Vocal de la Suprema, acompañado de dos criados fieles, desató el cadáver de la barandilla del castillo y lo llevó en un ataúd al Convento dominico de San Pablo (hoy Parroquia de Santa María Magdalena) donde se le dio discreta sepultura. Y en su tumba, colocada al trasponer el cancel, se puso una lápida, borrada por el tiempo, con la siguiente inscripción: “Aquí yace un hombre que pide a todo fiel cristiano/ que le encomienden a Dios” R.I.P.A” (1)

Así terminó el Conde del Águila, bibliófilo, culto y refinado, de cuya ejecutoria cultural y municipal, aparte de su labor reflejada en las Actas Capitulares de Sevilla, quedó la prueba imperecedera de que una de las Secciones más importantes del Archivo Municipal del Ayuntamiento de Sevilla se titula “Papeles del Conde del Águila”, colección documental de extraordinaria importancia para el conocimiento de la historia de Sevilla.

Tendría razón la reflexión del sabio médico don GREGORIO MARAÑÓN cuando, en el prólogo de ese imprescindible estudio que Ramón Solís  dedicó al “Cádiz de las Cortes”, dijo que en España  “es mucho más difícil y más heroico que dar la vida por las ideas, el procurar comprender las ideas de los demás”.

Así se escribía la historia… y así seguiría escribiéndose en este país por los siglos de los siglos…

Pedro Sanchez Núñez
C. de la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría.


[1] Guichot, ob. Cit.

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