Se trata de pensar qué actividades
educativas son las que requieren, en mayor medida, de la intervención del
profesor y de la presencia e interacción en el aula
Aunque las virtudes parecen cotizar poco
en el mercado de los valores sociales, siempre se aludió a que suelen
encontrarse en el recomendable término medio. Al cabo, algo parecido al justo
equilibrio entre los contrapesos del pasarse y del no llegar. Pues esto mismo,
virtud y equilibrio, se precisan en el caso de los deberes escolares, que han
tomado protagonismo en el debate educativo y hasta en la controversia política,
con iniciativas en algunas administraciones para regular su encomienda y
ejercicio. Sabida es la tentación normativa por la que suelen regularse en
exceso algunas cuestiones, o someter a nueva prescripción lo que debería ser
ajeno a ella. Se quejan las familias, al menos las que parecen representadas
por las asociaciones correspondientes, porque sus hijos ocupan muchas horas de
las tardes en hacer los deberes y, además, requieren de ayuda y apoyo continuos
para realizar las tareas. Y opinan algunos profesores, o sus representantes
–aunque tanto en un caso, las familias, como en otro, el profesorado,
convendría reparar en los avales de esa representación-, que los deberes son
necesarios para completar los procesos de enseñanza y de aprendizaje que se
desarrollan en las clases. Otros argumentos tienen que ver con las dificultades
de las familias en situación de desventaja sociocultural para apoyar a sus
hijos en las tareas escolares en casa; con la oferta de actividades
complementarias o extraescolares en los centros, donde puede caber el apoyo
escolar; o con la propia complejidad y extensión del currículo de las
enseñanzas.
En definitiva, la intensificación del
tiempo de aprendizaje en las aulas, señalada como factor de calidad de los
centros, algo tendrá que ver, por el modo en que se adopta, con la acumulación
de los deberes para casa. Y hasta las “clases invertidas” o “clases al revés”
(“flipped classroom“) saldrán a la palestra para sostener la conveniencia de
atender las explicaciones del profesor en casa, grabadas en vídeo o con
recursos de las ahora TAC (Tecnologías del Aprendizaje y del Conocimiento), y
hacer los deberes en clase. Se trata, por ello, de pensar en qué procesos y
actividades educativas son las que requieren, en mayor medida, de la
intervención del profesor y de la presencia e interacción en el aula. De modo
que no se conviertan en deberes lo que de algún modo son derechos, sin que se
esté postulando con ello la abolición del esfuerzo, otra virtud en cuestión.
Antonio Montero Alcaide
Inspector de Educación. Profesor de la
Universidad de Sevilla
Publicado en la Revista Magisterio el 25-05-2016
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