Antonio Cano Correa y uno de sus
monumentos más importante y desgraciado: Muchachas al sol
La larga vida
de Antonio Cano Correa (Guajar Faraguit, 4 de febrero de 1909- Sevilla 2 de
julio de 2009) fue un esfuerzo constante de superación, personal y artística.
De humilde familia de labradores, desde pequeño quiso orientar su vida por
otros derroteros, y aprendidas las primeras letras en el Ave María de Granada,
a los diez años trabajaba en una librería y a los trece empezó como aprendiz en
un taller de escultura y ya desde entontes su dedicación al arte fue total y
definitiva hasta llegar a ser Catedrático de la especialidad en la Facultad de
Bellas Artes de Sevilla. Su dedicación primordial durante gran parte de su vida
fue la escultura, pero a partir de 1970 se dedicó a la pintura, por motivos que
tienen que ver con la incomprensión de su última producción escultórica por
parte de los estamentos retrógrados que mandaban en Sevilla en esta materia.
Es admirable
que un escultor que se formó en el barroquismo de la estatuaria religiosa, y la
practicó durante gran parte de su vida, evolucionara hacia una abstracción de
las formas y los volúmenes que dieron como fruto algunas de sus esculturas más
importantes y rompedoras. En efecto, en 1963 se estaba ordenando
urbanísticamente la plaza de Cuba, en el Barrio de los Remedios, donde unos
cuantos arquitectos trazaban la nueva imagen de la Ciudad, más moderna y
sofisticada. Y le encargaron a don Antonio Cano una escultura para adornar la
glorieta que allí se formó. El resultado fue el conjunto escultórico que don
Antonio tituló “Muchachas al sol”. La obra se colocó en el lugar previsto y
quedó oculta por unos telones que impedían su vista, no sé si en espera de la
inauguración oficial o para ganar tiempo
y tratar de que la digirieran los “factótums” del asunto. Los que ya tenemos
algunos años recordamos lo que ocurrió cuando al fin alguien logró fotografiar
la obra, publicándose la foto en el diario ABC con un titular parecido a este:
“Esto es lo que han puesto en la plaza de Cuba” y enfocaban las escultura
poniendo al fondo la Catedral y la Giralda, para que quedara claro “lo que no
podía ser”. Naturalmente los elementos más poderosos y conservadores de la
Ciudad organizaron una desaforada campaña en la que terminaron teniendo éxito y
así el grupo escultórico desapareció de la plaza de Cuba y empezó un trasiego
similar al famoso pato de la fuente de “la pila del pato”.
Después de un
jubileo de idas y venidas (parque de María Luisa, parque infantil junto a su actual emplazamiento para que los
niños jugaran con las esculturas que terminaron sufriendo daños que fueron
restaurados en 1980 bajo la dirección del propio escultor), la obra terminó en
1981 en su actual e inadecuado emplazamiento, en el parterre existente en la
glorieta hoy llamada “de las Cigarreras”. Pero no acabaron así las desgracias. Últimamente
la escultura, que es de piedra caliza y era de un blanco inmaculado, tal como la concibió su
autor, ofrecía desde hace tiempo un feo y sucio color ocre motivado, al
parecer, por algún componente químico del agua con que riegan el lugar donde se
encuentra. Algunas voces se alzaron contra este nuevo agravio a la preciosa
escultura, que han tenido poco eco. No es de extrañar en una Ciudad donde hay
mentes preclaras que valoran tan poco el arte. La falta de sensibilidad de
quienes deberían cuidar más el patrimonio ha mantenido durante demasiado tiempo
esta situación lamentable que afecta a una escultura que ha tenido tan tortuosa
historia, la primera y de las pocas modernistas que adornan la vía pública. Al
parecer, en los últimos días algo se mueve en torno a las “muchachas”,
esperemos que para arreglar el desaguisado.
A pesar de
estos desaires, la nobleza del escultor se demostró realizando el precioso
monumento a Juan Sebastián Elcano, llegando incluso a retratar en él, junto a
su familia (su esposa doña Carmen Cano, es una grandísima escultora también), a
personajes de la época, algunos de los cuales incluso algo tuvieron que ver con
las vicisitudes de la escultura de las “muchachas”.
Profundamente
afectado por la falta de consideración a su obra escultórica y a su mensaje de
modernidad tan despreciado, don Antonio decidió dejar la escultura, regaló
parte de sus herramientas a sus alumnos, y se dedicó a la pintura, con el mismo
aire moderno y vanguardista, pero en la que lucen unas formas que no ocultan la
condición de escultor de su autor.
Antonio Cano
era un granadino ejerciente, transmitiendo ese aire misterioso y esa tristeza
del exilio que caracteriza a quienes aman a Granada y no viven en ella. Y dejó
testimonio de ello en sus libros “Granada en la memoria” y “Memorias amarillas”
donde se preguntaba "¿Cómo sería el día en que yo nací? ¿Por qué no
me preocupé nunca de este acontecimiento?”.
Su
recuerdo pervive en su obra, tan grande e importante como mal celebrada como se
merece, sobre todo en ese pequeño conjunto de niñas al sol, que ha tenido tan
mala suerte.
Pedro Sánchez Núñez
C. de la Real Academia de Bellas Artes
de Santa Isabel de Hungría