miércoles, 11 de noviembre de 2015

Muchachas al sol. Pedro Sánchez Núñez




             Antonio Cano Correa y uno de sus monumentos más importante y desgraciado:              Muchachas al sol
La larga vida de Antonio Cano Correa (Guajar Faraguit, 4 de febrero de 1909- Sevilla 2 de julio de 2009) fue un esfuerzo constante de superación, personal y artística. De humilde familia de labradores, desde pequeño quiso orientar su vida por otros derroteros, y aprendidas las primeras letras en el Ave María de Granada, a los diez años trabajaba en una librería y a los trece empezó como aprendiz en un taller de escultura y ya desde entontes su dedicación al arte fue total y definitiva hasta llegar a ser Catedrático de la especialidad en la Facultad de Bellas Artes de Sevilla. Su dedicación primordial durante gran parte de su vida fue la escultura, pero a partir de 1970 se dedicó a la pintura, por motivos que tienen que ver con la incomprensión de su última producción escultórica por parte de los estamentos retrógrados que mandaban en Sevilla en esta materia.   
Es admirable que un escultor que se formó en el barroquismo de la estatuaria religiosa, y la practicó durante gran parte de su vida, evolucionara hacia una abstracción de las formas y los volúmenes que dieron como fruto algunas de sus esculturas más importantes y rompedoras. En efecto, en 1963 se estaba ordenando urbanísticamente la plaza de Cuba, en el Barrio de los Remedios, donde unos cuantos arquitectos trazaban la nueva imagen de la Ciudad, más moderna y sofisticada. Y le encargaron a don Antonio Cano una escultura para adornar la glorieta que allí se formó. El resultado fue el conjunto escultórico que don Antonio tituló “Muchachas al sol”. La obra se colocó en el lugar previsto y quedó oculta por unos telones que impedían su vista, no sé si en espera de la inauguración oficial o para  ganar tiempo y tratar de que la digirieran los “factótums” del asunto. Los que ya tenemos algunos años recordamos lo que ocurrió cuando al fin alguien logró fotografiar la obra, publicándose la foto en el diario ABC con un titular parecido a este: “Esto es lo que han puesto en la plaza de Cuba” y enfocaban las escultura poniendo al fondo la Catedral y la Giralda, para que quedara claro “lo que no podía ser”. Naturalmente los elementos más poderosos y conservadores de la Ciudad organizaron una desaforada campaña en la que terminaron teniendo éxito y así el grupo escultórico desapareció de la plaza de Cuba y empezó un trasiego similar al famoso pato de la fuente de “la pila del pato”.
Después de un jubileo de idas y venidas (parque de María Luisa, parque infantil  junto a su actual emplazamiento para que los niños jugaran con las esculturas que terminaron sufriendo daños que fueron restaurados en 1980 bajo la dirección del propio escultor), la obra terminó en 1981 en su actual e inadecuado emplazamiento, en el parterre existente en la glorieta hoy llamada “de las Cigarreras”. Pero no acabaron así las desgracias. Últimamente la escultura, que es de piedra caliza y era de un  blanco inmaculado, tal como la concibió su autor, ofrecía desde hace tiempo un feo y sucio color ocre motivado, al parecer, por algún componente químico del agua con que riegan el lugar donde se encuentra. Algunas voces se alzaron contra este nuevo agravio a la preciosa escultura, que han tenido poco eco. No es de extrañar en una Ciudad donde hay mentes preclaras que valoran tan poco el arte. La falta de sensibilidad de quienes deberían cuidar más el patrimonio ha mantenido durante demasiado tiempo esta situación lamentable que afecta a una escultura que ha tenido tan tortuosa historia, la primera y de las pocas modernistas que adornan la vía pública. Al parecer, en los últimos días algo se mueve en torno a las “muchachas”, esperemos que para arreglar el desaguisado.
A pesar de estos desaires, la nobleza del escultor se demostró realizando el precioso monumento a Juan Sebastián Elcano, llegando incluso a retratar en él, junto a su familia (su esposa doña Carmen Cano, es una grandísima escultora también), a personajes de la época, algunos de los cuales incluso algo tuvieron que ver con las vicisitudes de la escultura de las “muchachas”.
Profundamente afectado por la falta de consideración a su obra escultórica y a su mensaje de modernidad tan despreciado, don Antonio decidió dejar la escultura, regaló parte de sus herramientas a sus alumnos, y se dedicó a la pintura, con el mismo aire moderno y vanguardista, pero en la que lucen unas formas que no ocultan la condición de escultor de su autor.
Antonio Cano era un granadino ejerciente, transmitiendo ese aire misterioso y esa tristeza del exilio que caracteriza a quienes aman a Granada y no viven en ella. Y dejó testimonio de ello en sus libros “Granada en la memoria” y “Memorias amarillas” donde se preguntaba "¿Cómo sería el día en que yo nací? ¿Por qué no me preocupé nunca de este acontecimiento?”.
Su recuerdo pervive en su obra, tan grande e importante como mal celebrada como se merece, sobre todo en ese pequeño conjunto de niñas al sol, que ha tenido tan mala suerte.

Pedro Sánchez Núñez
C. de la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría

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