¿Se exhibe Sevilla en la Feria? Resulta evidente
aunque, no pocas veces, decir lo obvio importa; sobre todo, si se trata de
precisar.
–¿Es
Sevilla exhibicionista o se trata, más bien, de estar ensimismada?
–¿Me
lo preguntas a mí? –dice la bruja del tren, como si le extrañara que pudiese
contar con su criterio.
Cierto
que a las brujas –ahora que no se entera– tanto se les atribuye la fealdad por
sus malos conjuros como la belleza o el embeleso resultantes de los hechizos.
Pero ni Sevilla es bruja, más bien maga, ni la bruja del tren es sevillana,
sino trotamundos de reales festivos, con pocos vuelos siderales en la escoba y
un cuentakilómetros gastado por las vueltas del tren.
Convengamos, para tal cuestión, que
pocos reparos pueden ponerse a la voluntad o la intención de exhibir cuando
genuinamente se trata con ello de manifestar o de poner en público las
circunstancias que lo merecen. De modo que así se congratulen tanto el que
exhibe como el que contempla. ¿Se exhibe Sevilla en la Feria? Resulta evidente
aunque, no pocas veces, decir lo obvio importa; sobre todo, si se trata de
precisar. ¿Y tiene que ver exhibirse con la estética? Pues claro que sí, considerada
esta, la estética, como la armonía y la apariencia que agradan y alegran la
vista porque anuncian belleza. Pero si hasta aquí se llega con el ordinario o
lógico curso de las cosas, asunto distinto será cuando se extreman, porque de
la exhibición al exhibicionismo llevan los fundamentos –o la ausencia de ellos–
con que se sostienen las conductas y las maneras. ¿Y todo exhibicionismo es
repudiable? –la bruja mira de un lado a otro, pregunta a pregunta–. Descartado
el exhibicionismo malsano y rijoso –que me dispense mi bruja dilecta la manera
de señalar los tratos carnales con el demonio–, un exhibicionismo sevillano del
que la Feria da buena cuenta tiene que ver con el prurito, con el deseo, aunque
puede resultar persistente y excesivo, de hacer las cosas de la mejor manera
posible. Por eso, cuando el exhibicionismo trae causa del prurito de exhibirse,
la disculpa es manifiesta con el agasajo. Y no se trata solo de esa declaración
popular con la que se exhorta “que no falte de ná”, sino de un
entendimiento –decir filosofía tal vez sea pretencioso– que acerca a las
virtudes de lo perfecto. Queda ya rematar la faena con el ensimismamiento.
Meridiano también parece que la Feria no se recoge, abstraída, en la intimidad,
sino que el ensimismarse acaso lleve al envanecerse y, entonces, despunten
los pocos recomendables efectos de la
presunción o de la representación vana.
Al cabo, la Feria de Sevilla, en las
mejores acepciones, es una exhibición ensimismada.
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