En esta ocasión, mientras viaja en el AVE –metáfora sublimada del tren de la Bruja, ya no se devana con las pesquisas y estrategias empresariales de las que debe aleccionar a los directivos en Sevilla, sino que acude, aunque por primera vez, a una invitación expresa de éstos para que conozca la Feria y, de paso, pueda cerrar algún acuerdo de alcance. Por eso tiene menos ajetreo de llamadas y papeles en el vagón de preferente y repara en que Andalucía se anuncia con una cohorte de luces nuevas que dan regocijo a los campos y magnitud a las sierras.
Y aunque tiene noticias de que esto de la Feria es una celebración gozosa de la fiesta, no acaba de entender cómo puede dedicarse una semana a tal bullicio sin hacer dejación de la faena. Que el parecer de los tópicos es tanto más consistente cuanto menos conocida la realidad a que se aplican, por no referir la intencionalidad de los prejuicios o lo fácil que pueden predisponerse unos y otros, tópicos y prejuicios, por la deriva, sí, de reírle las gracias al más pintado.
Por lo pronto, llega sobre las tres a Sevilla porque las mañanas, primera refutación del tópico, son para el trabajo… de quien lo tenga. Y, ya en el Real, ante la ordenada prestancia de las casetas y las estrenadas liturgias de la acogida, se percata de un protocolo cuidado, aunque parezca espontáneo, por el que discurren las cosas como es debido y la ocasión lo procura. Sin orden del día expreso, ha saludado a muchos otros empresarios y clientes, ha entrevisto posibilidades de negocio y se ha desenvuelto con una complicidad desconocida, entre una ronda y otra de manzanilla, que no está acostumbrado a beber, y el esmero de una cocina bien a propósito. Cuando avanza la tarde y las vigorosas luces de la mañana ya se remansan con el crepúsculo abierto en el Aljarafe, pide que le acompañen a dar un paseo por el Real antes de tomar el último tren de vuelta. Entonces constata que está ante una ciudad efímera pero resuelta a ser eso, ciudad entre lonetas y farolillos, una ciudad en estado de excepción, pero sin más inquietud para el orden público, ni más razón de alarma, que la expansión del ánimo en una revuelta por sevillanas o la inarmónica y abigarrada confabulación del ruido.
Sin mirar el reloj, se sorprende con el alumbrado y la nueva cadencia de la Feria, hecha a los ritmos de la jornada y a la sucesión de los días y las noches. Así que, resuelto como si tomara una decisión importante para su empresa, ha pedido que le busquen un hotel cercano y pregunta a qué hora cierra la Feria
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