sábado, 9 de agosto de 2014

¿A qué hora cierra la Feria?. Antonio Montero Alcaide



En esta ocasión, mientras viaja en el AVE –metáfora sublimada del tren de la Bruja, ya no se devana con las pesquisas y estrategias empresariales de las que debe aleccionar a los directivos en Sevilla, sino que acude, aunque por primera vez, a una invitación expresa de éstos para que conozca la Feria y, de paso, pueda cerrar algún acuerdo de alcance. Por eso tiene menos ajetreo de llamadas y papeles en el vagón de preferente y repara en que Andalucía se anuncia con una cohorte de luces nuevas que dan regocijo a los campos y magnitud a las sierras. 
Y aunque tiene noticias de que esto de la Feria es una celebración gozosa de la fiesta, no acaba de entender cómo puede dedicarse una semana a tal bullicio sin hacer dejación de la faena. Que el parecer de los tópicos es tanto más consistente cuanto menos conocida la realidad a que se aplican, por no referir la intencionalidad de los prejuicios o lo fácil que pueden predisponerse unos y otros, tópicos y prejuicios, por la deriva, sí, de reírle las gracias al más pintado.

Por lo pronto, llega sobre las tres a Sevilla porque las mañanas, primera refutación del tópico, son para el trabajo… de quien lo tenga. Y, ya en el Real, ante la ordenada prestancia de las casetas y las estrenadas liturgias de la acogida, se percata de un protocolo cuidado, aunque parezca espontáneo, por el que discurren las cosas como es debido y la ocasión lo procura. Sin orden del día expreso, ha saludado a muchos otros empresarios y clientes, ha entrevisto posibilidades de negocio y se ha desenvuelto con una complicidad desconocida, entre una ronda y otra de manzanilla, que no está acostumbrado a beber, y el esmero de una cocina bien a propósito. Cuando avanza la tarde y las vigorosas luces de la mañana ya se remansan con el crepúsculo abierto en el Aljarafe, pide que le acompañen a dar un paseo por el Real antes de tomar el último tren de vuelta. Entonces constata que está ante una ciudad efímera pero resuelta a ser eso, ciudad entre lonetas y farolillos, una ciudad en estado de excepción,  pero sin más inquietud para el orden público, ni más razón de alarma, que la expansión del ánimo en una revuelta por sevillanas o la inarmónica y abigarrada confabulación del ruido.

Sin mirar el reloj, se sorprende con el alumbrado y la nueva cadencia de la Feria, hecha a los ritmos de la jornada y a la sucesión de los días y las noches. Así que, resuelto como si tomara una decisión importante para su empresa, ha pedido que le busquen un hotel cercano y pregunta a qué hora cierra la Feria

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