sábado, 9 de agosto de 2014
¿Hay que cambiar de aires? Julio Martínez Velasco
Hay que salir de vacaciones porque Sevilla se queda sola. Sí, en recuerdo de la copla que dramatizaron y popularizaron nuestros paisanos los hermanos Machado, “La Lola se va a los puertos, la Isla se queda sola” brindo, ciertas consideraciones, situando en un plato y otro de la imaginaria balanza, a Sevilla y la playa.
Qué, se ha puesto usted a leer este libro, harto ya de hacer las maletas y mientras su mujer habla por teléfono con su madre, para despedirse, ¿no? Como si lo adivinara. Once meses pensando en las vacaciones… Pues ya han llegado, amigo. Y que usted las disfrute con salud, dinero y amor. Pero le convendría ir pensando que si bien es verdad que se va a pasar usted una temporadita sin verle la jeta al jefe, no es menos cierto que en los días festivos caniculares los peatones sevillanos se pueden permitir el millonario lujo de pasear por las calles como lo hacían nuestros abuelos cuando eran jóvenes, caminando mientras se conversa a media voz, sin ser turbados por “claxons”, empujones, pedigüeños y demás molestias callejeras, porque en esos días Sevilla se desprende de los miles de automóviles que le sobran y se quedan los cabales, permitiendo a los sevillanos ese placer de dioses consistente en tomarse una cerveza fría con unos calamares calientes, a sus anchas, al contrario que en las playas, donde en una barra atestada de sedientos chamuscados, uno tiene que engullirse la cerveza caliente y los calamares fríos. Hasta hay barrios en Sevilla que viajan en el túnel del tiempo, hacia una estación sita medio siglo atrás, en la que vuelven los niños a jugar en la plaza de Pilatos o en Santa María la Blanca, o remontando panderos por La Barqueta.
Que sí, amigo, que pasar las vacaciones en Sevilla nos permite dormir la siesta de nueve de la mañana a nueve de la noche y pasarlo bien con la fresquita, esa camarera de la cafetería que debe de ser prima hermana de La Dolores.
Lo dicho: que se vayan el Lolo y la Lola a los Puertos y a nuestra Sevilla que nos la dejen sola. Y, por favor, que se vayan en moto, para poder disfrutar plenamente de la extraña sensación que nos produce el silencio en los oídos.
De su libro Allí ve Sevilla. Guadalturia Ediciones
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