Alguna que otra vez, he sido invitado a una mesa redonda en un Instituto de Enseñanza Media para que hablara del libro y la lectura. Casi todos los años, coincidiendo con el día del libro, los escritores solemos recibir invitaciones de este tipo. Se trata de hablar a chicos muy jóvenes, casi niños, de las posibles ventajas de la lectura. Hablar a un público que habita en ese territorio enigmático y movedizo que llamamos adolescencia es harto difícil. Elogiar la lectura en una época en la que cada día se lee menos y más superficialmente tampoco es cosa baladí. Recuerdo que, hace decenios, el Ministerio de Cultura lanzó la calle una campaña de promoción del libro y la lectura con un presupuesto económico nada escaso. Esta campaña fue muy criticada por numerosos escritores, editores, libreros y otros personas relacionadas con el mundo del libro. De las muchas críticas que leí y escuché me pareció de una gran lucidez la de Francisco Umbral: “tratar de persuadir a un adulto, que tiene ya sus aficiones y sus costumbres hechas, a que lea, es muy difícil; es más, es absurdo tratar de inculcar a un adulto una costumbre”. En cuanto a los jóvenes, pienso yo que no basta el consejo de que lean. Hay que persuadirles con razones convincentes. Y este tema es el que más me ha preocupado siempre que he asistido a un acto como el que aludí al comienzo de estas líneas.
Supongo yo que, en primer lugar, hay que plantearse una cuestión previa: ¿para que sirve la lectura? Sirve para muchas cosas. La lectura nos hace más cultos. Es decir: a través de ella vamos a ser capaces de interpretar mejor la realidad que nos rodea. La lectura fomenta nuestro sentido crítico, y por eso nos hace más libres. Hablo, naturalmente, de la libertad interior, una libertad que, en caso de que no exista, de poco van a valernos que se nos reconozcan formalmente en la Constitución todas las libertades del mundo. Si no sabemos conducir un automóvil, peligroso asunto puede ser el que nos regalen un permiso de conducir. Naturalmente que existen otros medios de formarse e informarse además de la lectura. Una conversación o un buen programa de televisión nos podrían servir de ejemplo. Pero la lectura es insustituible. Hoy por hoy, la tradición cultural de Occidente -que es una tradición distinta a otras, porque desde Grecia incluye como supuesto básico la crítica- está pensada para el libro y contenida en el mismo. No niego yo que llegue el día en el que la Crítica de la razón pura de Kant pueda representarse con toda propiedad y lujo de matices en un video. Pero ese día sin duda aún no ha llegado.
Algo que nos hace más críticos y libres es algo que, a su vez, ensancha nuestras perspectivas en todos los sentidos. Algo que va a aumentar nuestra capacidad de goce, y también nuestra capacidad de sufrimiento. Ya lo dijo -naturalmente, en un libro- un gran poeta contemporáneo de nuestra lengua, el nicaragüense Rubén Darío: “Dichoso el árbol que es apenas sensitivo, / y más la piedra dura, porque esa ya no siente, / pues no hay dolor mas grande que el dolor de ser vivo, / ni mayor pesadumbre que la vida consciente”. Y no he citado un poema al azar. Leer, como decía, nos puede formar e informar. Pero leer buena literatura cumple estas funciones de una manera ejemplar. Mientras leemos buena literatura dejamos en suspenso nuestras ideas para aceptar, siquiera sea durante el acto de la lectura, las ideas del autor en el que estamos inmersos. Esto es así porque la buena literatura habla al fondo común de todos los hombres, sin excepción de razas, credos ni fronteras. Para emocionarnos con los sonetos de Quevedo no tenemos porque tener una ideología contrarreformista, ni hay que ser creyente para deleitarse con la poesía de San Juan de la Cruz. Leer, por eso, nos vuelve más tolerantes, ya que nos hace capaces de disfrutar con las palabras del otro. De alguien al que sabemos radicalmente diferente a nosotros. Creo yo que esta es la razón última por la que los regímenes autoritarios han solido instaurar siempre una severa censura en lo que a los libros se refiere.
Pero, ¿como inculcar a los jóvenes el habito de la lectura? En esto, yo fui afortunado. En mi casa se leía bastante y había una buena biblioteca. Así que empecé a leer de niño y, naturalmente, lo sigo haciendo ahora. Quiero decir que aquí, como en tantas otras cosas, un ambiente adecuado es sumamente importante en años de formación. Que en casa y en la escuela haya una buena biblioteca lo considero decisivo. Pero no menos decisivo es que dejen leer al niño aquello que le apetezca: novelas de aventuras, tebeos y, cuando se inicie su interés, literatura erótica. Si el niño lee lo que realmente le gusta, pronto adquirirá el hábito de la lectura.
Una vez adquirido este hábito, lo demás vendrá con los años. Al crecer le irán interesando otros temas, se irán ampliando sus intereses -deber de los educadores es, también, fomentar esta natural tendencia del muchacho- y buscara en los libros muchas respuestas a los interrogantes que el mismo se formula: las buscará en ese hábito de la lectura que ya adquirió y que ha venido a convertirse en algo inseparable de su vida. Aprenderá un día que los libros son con frecuencia decepcionantes. Pero ese día probablemente sepa también que no con menor frecuencia suelen decepcionarnos los hombres y la propia vida.
Supongo yo que, en primer lugar, hay que plantearse una cuestión previa: ¿para que sirve la lectura? Sirve para muchas cosas. La lectura nos hace más cultos. Es decir: a través de ella vamos a ser capaces de interpretar mejor la realidad que nos rodea. La lectura fomenta nuestro sentido crítico, y por eso nos hace más libres. Hablo, naturalmente, de la libertad interior, una libertad que, en caso de que no exista, de poco van a valernos que se nos reconozcan formalmente en la Constitución todas las libertades del mundo. Si no sabemos conducir un automóvil, peligroso asunto puede ser el que nos regalen un permiso de conducir. Naturalmente que existen otros medios de formarse e informarse además de la lectura. Una conversación o un buen programa de televisión nos podrían servir de ejemplo. Pero la lectura es insustituible. Hoy por hoy, la tradición cultural de Occidente -que es una tradición distinta a otras, porque desde Grecia incluye como supuesto básico la crítica- está pensada para el libro y contenida en el mismo. No niego yo que llegue el día en el que la Crítica de la razón pura de Kant pueda representarse con toda propiedad y lujo de matices en un video. Pero ese día sin duda aún no ha llegado.
Algo que nos hace más críticos y libres es algo que, a su vez, ensancha nuestras perspectivas en todos los sentidos. Algo que va a aumentar nuestra capacidad de goce, y también nuestra capacidad de sufrimiento. Ya lo dijo -naturalmente, en un libro- un gran poeta contemporáneo de nuestra lengua, el nicaragüense Rubén Darío: “Dichoso el árbol que es apenas sensitivo, / y más la piedra dura, porque esa ya no siente, / pues no hay dolor mas grande que el dolor de ser vivo, / ni mayor pesadumbre que la vida consciente”. Y no he citado un poema al azar. Leer, como decía, nos puede formar e informar. Pero leer buena literatura cumple estas funciones de una manera ejemplar. Mientras leemos buena literatura dejamos en suspenso nuestras ideas para aceptar, siquiera sea durante el acto de la lectura, las ideas del autor en el que estamos inmersos. Esto es así porque la buena literatura habla al fondo común de todos los hombres, sin excepción de razas, credos ni fronteras. Para emocionarnos con los sonetos de Quevedo no tenemos porque tener una ideología contrarreformista, ni hay que ser creyente para deleitarse con la poesía de San Juan de la Cruz. Leer, por eso, nos vuelve más tolerantes, ya que nos hace capaces de disfrutar con las palabras del otro. De alguien al que sabemos radicalmente diferente a nosotros. Creo yo que esta es la razón última por la que los regímenes autoritarios han solido instaurar siempre una severa censura en lo que a los libros se refiere.
Pero, ¿como inculcar a los jóvenes el habito de la lectura? En esto, yo fui afortunado. En mi casa se leía bastante y había una buena biblioteca. Así que empecé a leer de niño y, naturalmente, lo sigo haciendo ahora. Quiero decir que aquí, como en tantas otras cosas, un ambiente adecuado es sumamente importante en años de formación. Que en casa y en la escuela haya una buena biblioteca lo considero decisivo. Pero no menos decisivo es que dejen leer al niño aquello que le apetezca: novelas de aventuras, tebeos y, cuando se inicie su interés, literatura erótica. Si el niño lee lo que realmente le gusta, pronto adquirirá el hábito de la lectura.
Una vez adquirido este hábito, lo demás vendrá con los años. Al crecer le irán interesando otros temas, se irán ampliando sus intereses -deber de los educadores es, también, fomentar esta natural tendencia del muchacho- y buscara en los libros muchas respuestas a los interrogantes que el mismo se formula: las buscará en ese hábito de la lectura que ya adquirió y que ha venido a convertirse en algo inseparable de su vida. Aprenderá un día que los libros son con frecuencia decepcionantes. Pero ese día probablemente sepa también que no con menor frecuencia suelen decepcionarnos los hombres y la propia vida.
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