sábado, 9 de agosto de 2014

Las cruces de mayo. Andrés Amorós



Llega ahora a Sevilla la primavera: su gran fiesta barroca, la eterna resurrección de la alegría. Con su belleza nueva, recién estrenada, nos irá llevando hasta el Corpus, hasta la plenitud del verano, cuando se juntan las cruces de la Hermandad y del Arzobispado, bailan con  su grave elegancia los seises (rosa pálido de Velázquez, otra vez)  y la ciudad se empapa de aromas: el azahar, las magnolias, los lirios,   las jacarandas...

Estalla ahora esa alegría popular de las cruces de mayo. Ya Lope de Vega habló de Sevilla como “la ciudad de las fiestas de la cruz más famosas que hay en el mundo”.
En 1923, en un libro titulado Es una novia Sevilla, Muñoz San Román  nos ofrece  la estampa costumbrista de los preparativos de esa fiesta popular:

“Algunos traen de las márgenes del río los grandes haces de ramos de mimbres, naranjos y palmeras; otros, las vistosas y frescas guirnaldas de rosas y claveles, de los huertos; quienes, ofrecen las rameadas colchas y los bordados mantones;  y todos ayudan a componer la hermosa cruz tallada, con los antiguos faroles de hojalata y cristal y las macetas  floridas”.

¿Es esto historia pasada?  No del todo. “Los tiempos mudan las cosas / y perfeccionan las artes”, decía Cervantes, con su sabia ironía. También en Sevilla, muchas cosas se pierden, pero, por privilegio, otras muchas se conservan. Los hombres y mujeres del ordenador y de  los cacharros electrónicos siguen celebrando, como sus bisabuelos, las cruces de mayo.

Las celebran, claro está, a su manera, la sevillana. (Todo se hace en Sevilla, como si no dejara nunca de oirse  la voz de Frank Sinatra, “a mi manera”).  Siguen sonando hoy mismo  las melodías del cancionero popular, con la letra de Salvador Valverde:

“Cruz de mayo sevillana,
cruz de mayo que en mi patio levanté.
¡quién pudiera verte ahora
como la primera vez,
como la primera vez!”...

Alegría y nostalgia:  los dos hilos que, unidos, forman la trama de nuestra biografía... Y se escucha, al fondo, la emocionada despedida de Rafael de León:

“¡Adiós, Sevilla!...
Me dejo de sol un rayo
en mi calleja sin luz
y dejo en mi cruz de mayo
la flor de mi  juventud”.

Son estas flores efímeras, las de cualquier belleza humana, las que dejan “el agua olorosa / rosada que más vale”, como sintió, hace muchos siglos,  el rabino español don Sem Tob...

Del libro Esta luz de Sevilla…

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