Allá arriba,
terminada la cuesta del “caracol”, está Sanlúcar la Mayor. Pueblo con solera,
nobleza y belleza. Desde donde se ve Itálica la famosa y lo que fue un poblado
sobre estacas plagado de mosquitos y malos olores: Serba la Barí.
Ya los
romanos se dieron cuenta y dos mil años hace, decidieron instalarse allí,
porque los inviernos eran benignos y los veranos deliciosos.
Hicieron una
muralla protectora y poderosa que garantizaba una siesta tranquila y silenciosa.
Desde entonces ese descanso es sagrado.! Que sabios!
Al amparo
amurallado ha surgido este año un mercado palestino, con alfareros, ganaderos,
panaderos, pescadoras pregoneras, pastores, hortelanos con gallinas, pavos y
palomas. Caballos y mulillas que tiran del trillo con ritmo lento y constante.
Herrero y armero. Una centuria que vela contra los bárbaros del norte y los
ladrones del sur.
Y una posada
completa y cerrada.
Al lado un
portal semicubierto o cuadra con un buey y una mula amarrados a un pesebre.
Una candela
que templa el frío, con el calor y el aliento de los animales, es todo lo que
acoge el nacimiento del Niño Dios.
Y allí
arriba, entre casitas humildes por
fuera, con ventanas adornadas por geranios y que son enormes por dentro, típico
moro, para no suscitar envidias malsanas. Con jardines increíbles, pozo, agua
fresca. Huerto claro, jazmines, damas de noche . Aromas de un Paraíso
anticipado
Allí han
instalado un Belén viviente tan real que al caer el Sol aparece una luz como de
metal bruñido que señala al portal. Y casi se me saltan las lágrimas cuando mis
nietos dicen que se quieren vestir de soldado y pastor para guardar y adorar al
Niño Jesús .
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