viernes, 4 de diciembre de 2015

Mis manos




Tengo la huerta casi comida por la hierba. El otro día intenté limpiarla. Solo conseguí unos cuantos arañazos y hematomas por efecto del sintrón y lo inevitables golpes que son precisos para tratar con lo salvaje.
Me desanimé y recapacité: La edad y los achaques me obligan a ser civilizado. Es lo mismo que decir blandengue, blanquecino y adicto al supermercado.
Pasado un rato, sentado al sol.  Rememoré la forma de las manos de mi abuelo y mi padre. Las mías, descansando sobre mis rodillas, son iguales.
Nudosas, algo deformadas. Ya menos rápidas y hábiles que antaño. Pero trabajadas. Ya claman descanso, pues en mis palmas ya no queda ningún callo, de los que me enorgullecía con mis compañeros de quirófano. Porque entonces eran prontas y obedientes a mi corazón y cerebro. Ahora no pueden limpiar la mala hierba. Por eso las miro y remiro. Fue bonito mientras duró.
Espero que duren aún así, igual que a mis viejos. Aunque estén torpes y ásperas. Y no puedan cuidar la huerta. Pues deben saber que no hay tomates, pimientos, ajetes o berenjenas tan buenos como los que uno cría.
Yo sé que mi hijo el mayor, heredará ese sabor de la “tierruca” de Bernat y Baldoví Y que siempre me quedará mi hermano y nunca me faltarán las cebollas bobas, dulces, babosas, enormes…
Solo quiero que me quede fuerza para que me acerquen un vaso de vino en la comida. Mesar los cabellos de mis nietos, acariciar la cara de mi mujer y calentar sus manitas entre las mías.
 Ángel Boix Fos

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