La memoria puede
ser una buena aliada de la Historia y de hecho lo es, aunque también puede
jugarle malas pasadas sobre todo si esa memoria se convierte, coyuntural o permanentemente
en un imaginario colectivo. Yo nunca había comprendido, metida en otras épocas
y en otros mundos, como una concentración tan importante de poetas e
intelectuales como la que se produjo en el Ateneo de Sevilla en 1927 y que dio
lugar a lo que ha dado en llamarse la gloriosa Generación del 27, pudo haberse
celebrado en aquel lugar. Probablemente por mi falta de conocimientos, pero
también porque a los principios de los años cincuenta cuando yo, siendo todavía
una adolescente, iba con mi padre aquella casa de la calle Tetuán, triste,
oscura, envejecida y con señores, para mí, muy mayores, leyendo la prensa o
jugando al ajedrez, me producía una especie de melancolía de algo que yo intuía
que habría gozado de tiempos mejores puesto que mi padre la tenía en tanta
estima. No me daba cuenta que en esos años nada era igual que en tiempos
anteriores a mi recuerdo.
Pasaron los
años, muchos años; las circunstancias generales y personales cambiaron y a mi
me llevaron de los archivos históricos de épocas remotas a los archivos del
actual y remozado Ateneo, en los que descubrí una o dos generaciones
interconectadas de personajes ilustres, intelectuales, poetas y hombres
comprometidos con su ciudad, con Andalucía y con los problemas de España y
Europa, como pocas veces se ha dado en esta ciudad. Me refiero a las tres
largas décadas comprendidas entre los años 1890-1925. Sucedió cuando, por
circunstancias que no hacen al caso, me puse a escribir un pequeño ensayo sobre
“Los Juegos Florales”, fiesta tradicional auspiciada por el Ateneo de la que yo
–otra vez la distorsión de la memoria histórica- solo había logrado alcanzar en
mi juventud los últimos estertores de
esta fiesta que se había mantenido entre la languidez y el arrebato, según la
prensa de la época. Cuando, por fin, me adentré en el tema me encontré con un
mundo para mi desconocido que la guerra civil truncó como tantas otras cosas.
Personajes de primerisima fila de la política y de literatura actuaban como
mantenedores y poetas ilustres eran los
merecedores de la flor natural. Artistas muy destacados del propio Ateneo
decoraban el escenario de los teatros donde se celebraba el acto social, previo
a todo lo cual se habían convocado premios a temas diversos sobre ciencia,
política, urbanismo, ecología, historia o literatura. Era la reminiscencia de
los certámenes que se habían venido convocando anteriormente junto a la Real
Academia Sevillana de Buenas Letras.
Pero lo más
importante era que allí había una ideología, fuerte, activa; una actitud
decidida por sacar a la ciudad y a Andalucía en general de la postración en la
que se encontraba y que demostraba la actitud solidaria y preocupada de unos
intelectuales que se movían entre el romanticismo y el ultraísmo y que apoyados
en revistas como Bética y más tarde Mediodía que estaban a la vanguardia del
regeneracionismo imperante en el momento, influyeron en la sociedad de su
tiempo con su mirada puesta sobre todo en el problema agrario. Hasta el punto
que en una de las Juntas de la década de los veinte se recibió un escrito de
las Asociaciones obreras de Sevilla se dirigían a “los obreros de la
inteligencia”, para que mediaran ante las autoridades con el fin de ayudarlos a resolver sus muchos problemas. Ni
que decir tiene que el entonces presidente, Sr. Gastalver Gimeno, se dirigió al
Gobernador transmitiéndole tal escrito y su preocupación por lo que en él se
decía.
Dar nombres de
estos ilustres sevillanos que se comprometieron con su pluma, su pincel, su
música o sus conocimientos políticos y agrarios a enaltecer Sevilla y
Andalucía, que se reunían en el llamado “pasillo de los chiflados” y en los que
tanto influyó Juan Ramón Jiménez –que en la Biblioteca de esa misma casa había
cambiado su primitiva vocación pictórica por la poética leyendo a Bécquer-, es
algo que en este espacio es imposible. Pero sí es necesario resaltar la
autoridad moral que ejerció entre todos ellos José Mª Izquierdo, líder
indiscutible y admirado por personalidades tan complicadas como el mismo Juan
Ramón o Cernuda y sobre el que Joaquín Romero Murube ha escrito una de las más
bellas semblanzas que se han hecho sobre un personaje sevillano. Un personaje
–Jacinto Ilusión, uno de sus pseudónimos- conocido sólo como creador de la
Cabalgata de los Reyes Magos y que en estos últimos años ha sido recuperado en
toda su dimensión espiritual y literaria. ¡ Ojalá surgiera otra personalidad
similar que nos transmitiera su “ideal andaluz” que tanto estamos necesitando!
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