Para administrar y controlar todo
el tráfico con las Indias al declararlas mercado reservado de Castilla los
Reyes Católicos crearon la Casa de la
Contratación en 1503, que aquí vemos en su primer emplazamiento en las
Atarazanas. Nadie podía ir a América ni cargar ninguna
mercancía para las Indias sin pasar por la Casa de Contratación de Sevilla; y
toda mercancía procedente de las Indias debía pasar por el control de esa
institución y pagar allí el impuesto del 20 % a la Corona.
El Arenal era el puerto donde los agentes
de la Casa de la Contratación controlaban la salida y llegada de barcos a
Indias. No tenía el puerto otras instalaciones que las propias riberas del río,
a excepción de una primitiva “grúa”, llamada “el Ingenio”, que estaba junto a la Torre del Oro, que en sus días
había servido para desembarcar la piedra con la que se construyó la Catedral. En
el puerto de las Muelas de Triana rendían viaje los barcos que venían de Indias,
y en Triana “guarda y collación de la muy noble ciudad de Sevilla, en la vera
del río de esta Ciudad” se creó la primitiva Escuela o Universidad de Mareantes
establecida en el Hospital de Ntra. Sra. de Buenos Aires, que es la llamada
Casa de las Columnas de la calle Pureza.
Las
Atarazanas (fachada) fueron inicialmente sede de la Casa de la Contratación
hasta su traslado al Alzázar y posteriormente a la sede definitiva, actualmente
el Archivo de Indias.
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Para darnos una idea del tráfico en el río
tomemos el acta de la Universidad de
Mareantes de 1 de abril de 1622 donde se contiene el padrón para cobrar “un
real y medio por cada tonelada a todas las naos que hay en este río”. En ella se enumeran hasta sesenta y cinco naos que se
encontraban en el río, sumando entre todas un total de 27.088 toneladas, que
van desde 150 toneladas la nao nombrada “Nuestra Señora de la Consolación” hasta la de 700 toneladas nombrada “Temida”.
Es de interés contemplar el puerto de
Sevilla en esta época del descubrimiento. Lo vemos en el famoso lienzo
atribuido a Sánchez Coello, donde observamos que Sevilla y su puerto serían en
la época animados y ruidosos (aunque no tanto como en los tiempos que corren).
En la banda de Sevilla vemos el monte del Baratillo, el Tagarete, el puente de
barcas, gente a caballo, las chozas de los pescadores y las entretenidas,
muchos barcos preparados para salir a navegar mientras que en la banda de
Triana están reparándolos. Vemos la vida que tenía el río y el barrio en la
época, damas paseando trajeadas, comitivas con carrozas, gente a caballo, dos
personas practicando con espadas, una mesa muy bien servida y con sus manteles,
las maderas del Segura, los postigos de la muralla, botes entoldados para
proteger del sol o de la lluvia, galeras a todo remo, naos a vela saludando al
cañón, en fin, todo un mundo abigarrado y colorista.
Las flotas de la Carrera de Indias se
hacían y deshacían, se cargaban y descargaban, a todo lo largo del Guadalquivir.
Los convoyes, cargados de mercancías y
animales para el consumo en el largo viaje y algunos cañones, eran visitados antes de salir de Sevilla y
también en Sanlúcar por los oficiales de la Casa de la Contratación para
comprobar su estado y dotación y exigir el pago del impuesto de “la avería”. En
Triana y también río arriba, en Las Horcadas, existieron arsenales para la reparación
de los galeones y grandes navíos.
La estadía de las tripulaciones en Sevilla
solía ser conflictiva. Y los accidentes e incidentes estaban a la orden del
día. Como aquél incendio que relata el profesor Pérez Mallaina, tan desastroso
como curioso, ocurrido en septiembre de 1561, en el que ardieron veintitrés
barcos en el puerto de Sevilla y cuyo origen estuvo en una gamberrada de un
marinero, que mataba el aburrimiento metiendo fuego a los gatos que pululaban
por el puerto, hasta que uno de estos gatos, con el pelo en llamas y corriendo
despavorido, prendió fuego a media flota.
Pero eso fue en otros tiempos, cuando el
río era un pulmón vivo de la Ciudad.
Pedro Sánchez Núñez
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