lunes, 15 de septiembre de 2014

Juan Ramón Jiménez y Sevilla. Rogelio Reyes



Una de las más grandes emociones que he sentido en mi vida está asociada a Juan Ramón Jiménez y a Sevilla. Ocurrió en los primeros días de junio de 1958. Yo tenía entonces diecisiete años. Era la mañana del Corpus, nubes de incienso, olores de campo y claridades de plata antigua. La ciudad rezumaba sus vie¬jos aromas del tiempo detenido en la memoria, preludio de un verano de espigas y racimos en ciernes que la historia repite año tras años como un ritual mágico. El cuerpo de Juan Ramón, que pocos días antes había muerto en Puerto Rico, pasaba por la ciu¬dad, junto al de Zenobia, camino de su definitivo reposo en su tierra de Moguer. Tras el cristal de su ataúd, bajo las altas bóve¬das de la Iglesia de la Universidad, muy cerca de la tumba de Bécquer, el poeta parecía levemente dormido. Su rostro no tras¬lucía la menor nota fúnebre; sólo una acogedora y contagiosa sensación de paz que a mí, entonces un modestísimo estudiante de Comunes de Filosofía y Letras, me produjo una impresión que no he olvidado nunca. Juan Ramón, rendido su viaje de "deste¬rrado verdadero" de "tres mundos" y su impenitente discurrir por la Poesía ( "Amor y poesía cada día"), cumplida ya su "Obra en marcha", la pasión de su vida, había alcanzado al fin su deseada plenitud. Se había parado para siempre su peregrinar por aquella órbita de Goethe ( "Como el astro, sin precipitación y sin descan¬so") por la que había transitado sin desmayo a lo largo de más de setenta años. Se iba el poeta pero quedaba su obra, al fin conclui¬da por imperativos del tiempo, el único capaz de poner coto a su compulsión creadora y recreadora. Como es lógico, en aquel mo¬mento yo no pude darme cuenta cabal de lo que aquella visión del poeta dormido iba a marcar en el futuro mi pasión por su obra. Pero hoy, casi cincuenta años después, me considero afor¬tunado por haber vivido aquella feliz experiencia.

Si doy comienzo a mi intervención con este episodio juvenil es porque aquella presencia de Juan Ramón, ya muerto, en la Sevilla de fines de los cincuenta cerraba una larga e intensa relación de vida entre Juan Ramón y la ciudad andaluza. Aquí vivió años cruciales de su adolescencia y primera juventud que forjaron su personalidad de hombre. La visitó después muchas veces. Quiso convertirla en la capital lírica de España, y en ella deseó vivir sus últimos años en un proyectado viaje de retomo a su patria que nunca se consumó pero del que se conservan bastantes pruebas documentales.

Introducción al trabajo de Rogelio Reyes "Juan Ramón Jiménez en la Sevilla de fin de siglo. Entre Bécquer y el florklorismo científico", leído en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras.