domingo, 20 de diciembre de 2015

Añoranzas de una Sevilla culta y solidaria. Enriqueta Vila Vilar






La memoria puede ser una buena aliada de la Historia y de hecho lo es, aunque también puede jugarle malas pasadas sobre todo si esa memoria se convierte, coyuntural o permanentemente en un imaginario colectivo. Yo nunca había comprendido, metida en otras épocas y en otros mundos, como una concentración tan importante de poetas e intelectuales como la que se produjo en el Ateneo de Sevilla en 1927 y que dio lugar a lo que ha dado en llamarse la gloriosa Generación del 27, pudo haberse celebrado en aquel lugar. Probablemente por mi falta de conocimientos, pero también porque a los principios de los años cincuenta cuando yo, siendo todavía una adolescente, iba con mi padre aquella casa de la calle Tetuán, triste, oscura, envejecida y con señores, para mí, muy mayores, leyendo la prensa o jugando al ajedrez, me producía una especie de melancolía de algo que yo intuía que habría gozado de tiempos mejores puesto que mi padre la tenía en tanta estima. No me daba cuenta que en esos años nada era igual que en tiempos anteriores a mi recuerdo.

Pasaron los años, muchos años; las circunstancias generales y personales cambiaron y a mi me llevaron de los archivos históricos de épocas remotas a los archivos del actual y remozado Ateneo, en los que descubrí una o dos generaciones interconectadas de personajes ilustres, intelectuales, poetas y hombres comprometidos con su ciudad, con Andalucía y con los problemas de España y Europa, como pocas veces se ha dado en esta ciudad. Me refiero a las tres largas décadas comprendidas entre los años 1890-1925. Sucedió cuando, por circunstancias que no hacen al caso, me puse a escribir un pequeño ensayo sobre “Los Juegos Florales”, fiesta tradicional auspiciada por el Ateneo de la que yo –otra vez la distorsión de la memoria histórica- solo había logrado alcanzar en mi juventud los últimos  estertores de esta fiesta que se había mantenido entre la languidez y el arrebato, según la prensa de la época. Cuando, por fin, me adentré en el tema me encontré con un mundo para mi desconocido que la guerra civil truncó como tantas otras cosas. Personajes de primerisima fila de la política y de literatura actuaban como mantenedores y  poetas ilustres eran los merecedores de la flor natural. Artistas muy destacados del propio Ateneo decoraban el escenario de los teatros donde se celebraba el acto social, previo a todo lo cual se habían convocado premios a temas diversos sobre ciencia, política, urbanismo, ecología, historia o literatura. Era la reminiscencia de los certámenes que se habían venido convocando anteriormente junto a la Real Academia Sevillana de Buenas Letras. 

Pero lo más importante era que allí había una ideología, fuerte, activa; una actitud decidida por sacar a la ciudad y a Andalucía en general de la postración en la que se encontraba y que demostraba la actitud solidaria y preocupada de unos intelectuales que se movían entre el romanticismo y el ultraísmo y que apoyados en revistas como Bética y más tarde Mediodía que estaban a la vanguardia del regeneracionismo imperante en el momento, influyeron en la sociedad de su tiempo con su mirada puesta sobre todo en el problema agrario. Hasta el punto que en una de las Juntas de la década de los veinte se recibió un escrito de las Asociaciones obreras de Sevilla se dirigían a “los obreros de la inteligencia”, para que mediaran ante las autoridades con el fin de  ayudarlos a resolver sus muchos problemas. Ni que decir tiene que el entonces presidente, Sr. Gastalver Gimeno, se dirigió al Gobernador transmitiéndole tal escrito y su preocupación por lo que en él se decía.

Dar nombres de estos ilustres sevillanos que se comprometieron con su pluma, su pincel, su música o sus conocimientos políticos y agrarios a enaltecer Sevilla y Andalucía, que se reunían en el llamado “pasillo de los chiflados” y en los que tanto influyó Juan Ramón Jiménez –que en la Biblioteca de esa misma casa había cambiado su primitiva vocación pictórica por la poética leyendo a Bécquer-, es algo que en este espacio es imposible. Pero sí es necesario resaltar la autoridad moral que ejerció entre todos ellos José Mª Izquierdo, líder indiscutible y admirado por personalidades tan complicadas como el mismo Juan Ramón o Cernuda y sobre el que Joaquín Romero Murube ha escrito una de las más bellas semblanzas que se han hecho sobre un personaje sevillano. Un personaje –Jacinto Ilusión, uno de sus pseudónimos- conocido sólo como creador de la Cabalgata de los Reyes Magos y que en estos últimos años ha sido recuperado en toda su dimensión espiritual y literaria. ¡ Ojalá surgiera otra personalidad similar que nos transmitiera su “ideal andaluz” que tanto estamos necesitando!


Entre la farsa y la verdad. José Luis Garrido Bustamante



Es inevitable: la pantalla del televisor se llena de abetos nevados, renos inquietos y viejos bondadosos. Otra vez  la Navidad foránea, la que justifica su anticipación por el deseo comercial de hacer caja y aparece ese personaje que unos llaman Santa y otros Papa Noel cargado con la consiguiente bolsa de regalos que es muy posterior al sueño creador del Belén.
Es la reiteración de la superchería, la farsa superpuesta a la realidad, porque el Belén o Nacimiento que repite la representación de la venida al mundo de ese personaje, único e irrepetible, que fue y es Jesús de Nazaret, está basado en hechos ciertos que fueron escritos y se creó muchísimo antes. Nada menos que del siglo trece data la construcción del primero.
La costumbre de evocar la venida al mundo de Jesucristo arranca de la noche de Navidad de 1223 cuando Francisco de Asís concibió el proyecto de revivir de forma sensible los hechos  acontecidos en la cueva de Belén narrados por los evangelistas
Esta idea fue propagándose a lo largo de los siglos y se hizo costumbre familiar transmitida de generación en generación.
Los corchos… el portal… las figuritas de barro… María y José… el Niño recién nacido… pasaron, a través del tiempo, de la efusión piadosa del Santo de Asís, a los hogares adornados con la ilusión de las Fiestas.
Luego… muy luego, mucho después, apareció Papa Noel. Falso, imaginado, con barba postiza y con la tarjeta de compras de los grandes almacenes.
Pero se multiplicó imparable en copias clónicas invasoras de balcones, escaparates y puertas de establecimientos vendedores y sus mensajes engañosos han sustituido esos inocentes deseos de felicidad y de paz que antaño llevaban los funcionarios de Correos en carteras rebosantes con los que se esforzaban hasta llegar a figurar en los noticiarios cinematográficos como protagonistas de algunas hazañas de sabuesos encontrando el domicilio correcto de esos padres de soldados lejanos que a duras penas habían escrito en el sobre sus apodos y su pueblo para felicitarles la Navidad.
Hoy se pueden cerrar las administraciones en pasajeras holganzas porque no hay chritsmas, o se usan muchísimo menos y los que resisten son reproducidos por internet y los usuarios se ahorran el sello.
También va pasando la costumbre de los árboles que diezmaban un tiempo los bordes de las carreteras comarcales hasta que llegaron los chinos sustituyéndolos por los de plástico.
La costumbre de instalar en los hogares árboles de Navidad nunca fue pagana ni extranjerizante. Josefina Carabias recordó en una de sus docentes colaboraciones periodísticas que el árbol es una tradición piadosa de las más antiguas. Nació en los países nórdicos y viene de cuando, por no existir todavía templos, los cristianos se reunían bajo el abeto más frondoso.
A ese árbol se le llamó “christmass tree” que significa árbol de la misa de Cristo. Por eso  los chritsmas de los que venía hablando se conocieron con esa denominación que originariamente dispuso de una repetida ese en la primera palabra luego perdida al ser llamados chritsmas card.
En la actualidad los árboles no son refugios exteriores protectores de los que rezaban sin iglesias, sino soportes de regalos sustentados con guirnaldas de papel de plata. Otra vez la tarjeta de compras.
En el imaginario infantil Papa Noel disputa a los Reyes Magos el protagonismo de la generosidad. He salido buscado argumentos para conocer su certeza y me he ido directamente a los libros sagrados que es donde se acredita la existencia indudable de los mágicos personajes antes del invento del gordo barbudo.

Lo he hecho abriendo mi biblia que es un ejemplar de la Nácar Colunga, ya un tanto ajado por el frecuente manoseo, por la página 1042 y leyendo la descripción minuciosa que, de su adoración, lleva a cabo el evangelista Mateo, aquel arrendador de las alcabalas de Cafarnaúm, publicano conocido también como Leví, cuyo oficio y para entendernos mejor con el lenguaje de nuestros días, podríamos traducir diciendo que correspondía a un funcionario de Hacienda.

Mateo, como luego lo hiciera el médico Lucas, otro de los que recogieron por escrito las andanzas de Jesucristo desde su nacimiento, confirma que los magos llegaron de Oriente, no precisa exactamente que fueran tres, pero sí que dejaron tres regalos: oro, incienso y mirra, de ahí el número deducido de los regios visitantes, más astrólogos estrelleros que monarcas coronados que, desde sus países orientales, siempre siguiendo el rumbo de la estrella, habían viajado tanto tiempo para postrarse de hinojos ante el Niño recién nacido, que, cuando llegaron, ya no estaba  en la cueva donde María lo alumbrara, sino en  una casa en Belén y se supone que más crecido.

Sus nombres aparecieron por vez primera en un mosaico bizantino encontrado en Rávena el año 520. Melchor lleva el incienso, Gaspar, el oro y Baltasar, la mirra. Todos son blancos. Y este último casi un chiquillo.

Baltasar no fue negro hasta el siglo dieciséis. Una decisión representativa que obedeció a eclesiales necesidades ecuménicas.

Sus restos, o, al menos, los restos que se supone que son, se guardan en un espléndido sarcófago en la catedral alemana de Colonia. Francisco Narbona, mi recordado director del Centro territorial en Andalucía de Televisión Española, me dijo que los había visto, cuando fue abierto a comienzos de la década de los ochenta y que corresponden a tres varones de unos quince, treinta y sesenta años de edad.

Sus espíritus protagonizan todos los cinco de enero luminosas cabalgatas cargadas de regalos.

Lo hacen así desde 1918 y se lo pidieron por esa vez primera a un poeta y ateneísta que se llamaba José María Izquierdo, pero firmaba Jacinto Ilusión.

Belen viviente. Ángel Boix Fos




Allá arriba, terminada la cuesta del “caracol”, está Sanlúcar la Mayor. Pueblo con solera, nobleza y belleza. Desde donde se ve Itálica la famosa y lo que fue un poblado sobre estacas plagado de mosquitos y malos olores: Serba la Barí.
Ya los romanos se dieron cuenta y dos mil años hace, decidieron instalarse allí, porque los inviernos eran benignos y los veranos deliciosos.
Hicieron una muralla protectora y poderosa que garantizaba una siesta tranquila y silenciosa. Desde entonces ese descanso es sagrado.! Que sabios!
Al amparo amurallado ha surgido este año un mercado palestino, con alfareros, ganaderos, panaderos, pescadoras pregoneras, pastores, hortelanos con gallinas, pavos y palomas. Caballos y mulillas que tiran del trillo con ritmo lento y constante. Herrero y armero. Una centuria que vela contra los bárbaros del norte y los ladrones del sur.
Y una posada completa y cerrada.
Al lado un portal semicubierto o cuadra con un buey y una mula amarrados a un pesebre.
Una candela que templa el frío, con el calor y el aliento de los animales, es todo lo que acoge el nacimiento del Niño Dios.
Y allí arriba,  entre casitas humildes por fuera, con ventanas adornadas por geranios y que son enormes por dentro, típico moro, para no suscitar envidias malsanas. Con jardines increíbles, pozo, agua fresca. Huerto claro, jazmines, damas de noche . Aromas de un Paraíso anticipado
Allí han instalado un Belén viviente tan real que al caer el Sol aparece una luz como de metal bruñido que señala al portal. Y casi se me saltan las lágrimas cuando mis nietos dicen que se quieren vestir de soldado y pastor para guardar y adorar al Niño Jesús .

Guadalquivir, Puerto de Indias. Pedro Sánchez Núñez




Para administrar y controlar todo el tráfico con las Indias al declararlas mercado reservado de Castilla los Reyes Católicos crearon la Casa de la Contratación en 1503, que aquí vemos en su primer emplazamiento en las Atarazanas. Nadie podía ir a América ni cargar ninguna mercancía para las Indias sin pasar por la Casa de Contratación de Sevilla; y toda mercancía procedente de las Indias debía pasar por el control de esa institución y pagar allí el impuesto del 20 % a la Corona.
El Arenal era el puerto donde los agentes de la Casa de la Contratación controlaban la salida y llegada de barcos a Indias. No tenía el puerto otras instalaciones que las propias riberas del río, a excepción de una primitiva “grúa”, llamada “el Ingenio”, que estaba junto a la Torre del Oro, que en sus días había servido para desembarcar la piedra con la que se construyó la Catedral. En el puerto de las Muelas de Triana rendían viaje los barcos que venían de Indias, y en Triana “guarda y collación de la muy noble ciudad de Sevilla, en la vera del río de esta Ciudad” se creó la primitiva Escuela o Universidad de Mareantes establecida en el Hospital de Ntra. Sra. de Buenos Aires, que es la llamada Casa de las Columnas de la calle Pureza.  

Las Atarazanas (fachada) fueron inicialmente sede de la Casa de la Contratación hasta su traslado al Alzázar y posteriormente a la sede definitiva, actualmente el Archivo de Indias.
Para darnos una idea del tráfico en el río tomemos el acta de  la Universidad de Mareantes de 1 de abril de 1622 donde se contiene el padrón para cobrar “un real y medio por cada tonelada a todas las naos que hay  en este río”. En ella se  enumeran hasta sesenta y cinco naos que se encontraban en el río, sumando entre todas un total de 27.088 toneladas, que van desde 150 toneladas la nao nombrada “Nuestra Señora de la Consolación”  hasta la de 700 toneladas nombrada “Temida”. 
Es de interés contemplar el puerto de Sevilla en esta época del descubrimiento. Lo vemos en el famoso lienzo atribuido a Sánchez Coello, donde observamos que Sevilla y su puerto serían en la época animados y ruidosos (aunque no tanto como en los tiempos que corren). En la banda de Sevilla vemos el monte del Baratillo, el Tagarete, el puente de barcas, gente a caballo, las chozas de los pescadores y las entretenidas, muchos barcos preparados para salir a navegar mientras que en la banda de Triana están reparándolos. Vemos la vida que tenía el río y el barrio en la época, damas paseando trajeadas, comitivas con carrozas, gente a caballo, dos personas practicando con espadas, una mesa muy bien servida y con sus manteles, las maderas del Segura, los postigos de la muralla, botes entoldados para proteger del sol o de la lluvia, galeras a todo remo, naos a vela saludando al cañón, en fin, todo un mundo abigarrado y colorista.
 Las flotas de la Carrera de Indias se hacían y deshacían, se cargaban y descargaban, a todo lo largo del Guadalquivir. Los convoyes, cargados de  mercancías y animales para el consumo en el largo viaje y algunos cañones,  eran visitados antes de salir de Sevilla y también en Sanlúcar por los oficiales de la Casa de la Contratación para comprobar su estado y dotación y exigir el pago del impuesto de “la avería”. En Triana y también río arriba, en Las Horcadas, existieron arsenales para la reparación de los galeones y grandes navíos.
La estadía de las tripulaciones en Sevilla solía ser conflictiva. Y los accidentes e incidentes estaban a la orden del día. Como aquél incendio que relata el profesor Pérez Mallaina, tan desastroso como curioso, ocurrido en septiembre de 1561, en el que ardieron veintitrés barcos en el puerto de Sevilla y cuyo origen estuvo en una gamberrada de un marinero, que mataba el aburrimiento metiendo fuego a los gatos que pululaban por el puerto, hasta que uno de estos gatos, con el pelo en llamas y corriendo despavorido, prendió fuego a media flota.
Pero eso fue en otros tiempos, cuando el río era un pulmón vivo de la Ciudad.
 Pedro Sánchez Núñez

viernes, 4 de diciembre de 2015

Mis manos




Tengo la huerta casi comida por la hierba. El otro día intenté limpiarla. Solo conseguí unos cuantos arañazos y hematomas por efecto del sintrón y lo inevitables golpes que son precisos para tratar con lo salvaje.
Me desanimé y recapacité: La edad y los achaques me obligan a ser civilizado. Es lo mismo que decir blandengue, blanquecino y adicto al supermercado.
Pasado un rato, sentado al sol.  Rememoré la forma de las manos de mi abuelo y mi padre. Las mías, descansando sobre mis rodillas, son iguales.
Nudosas, algo deformadas. Ya menos rápidas y hábiles que antaño. Pero trabajadas. Ya claman descanso, pues en mis palmas ya no queda ningún callo, de los que me enorgullecía con mis compañeros de quirófano. Porque entonces eran prontas y obedientes a mi corazón y cerebro. Ahora no pueden limpiar la mala hierba. Por eso las miro y remiro. Fue bonito mientras duró.
Espero que duren aún así, igual que a mis viejos. Aunque estén torpes y ásperas. Y no puedan cuidar la huerta. Pues deben saber que no hay tomates, pimientos, ajetes o berenjenas tan buenos como los que uno cría.
Yo sé que mi hijo el mayor, heredará ese sabor de la “tierruca” de Bernat y Baldoví Y que siempre me quedará mi hermano y nunca me faltarán las cebollas bobas, dulces, babosas, enormes…
Solo quiero que me quede fuerza para que me acerquen un vaso de vino en la comida. Mesar los cabellos de mis nietos, acariciar la cara de mi mujer y calentar sus manitas entre las mías.
 Ángel Boix Fos

SEVILLA Y SU INFLUENCIA EN LA MUSICA DE SCARLATTI: UNA GRABACIÓN MEMORABLE.




El 3 de febrero de 1729 hizo su entrada por el puente de barcas en Sevilla el Rey Felipe V y su familia, con una comitiva compuesta por 85 coches, 350 calesas, 3 berlinas, 750 caballos, 3.121 acémilas y 88 carros y galeras que concitaron el asombro y la admiración del vecindario a su paso. Y aquí estuvo la Corte de la monarquía española hasta el 16 de mayo de 1733, con una abigarrada y selecta compañía de aristócratas y los artistas más prestigiosos del momento. La estancia de la Corte en la Ciudad se conoce como “el lustro real”, durante el cual se organizaron  en Sevilla muchas celebraciones.

En la familia real figuraba el hijo del Rey, el futuro Fernando VI, que ese mismo año de 1729 había contraído nupcias en Badajoz con la infanta portuguesa Bárbara de Braganza, hija de Juan V de Portugal y de María Ana de Austria. Bárbara era una princesa culta (se dice que hablaba seis idiomas) y gran amante de la música que practicaba desde niña. Su maestro era nada menos que Domenico Scarlatti (Nápoles 1685 – Madrid 1757), que desde 1721 estaba en la corte de  Lisboa dedicado a la enseñanza musical de la princesa, a la que acompañó desde entonces en ese menester. Así lo vemos en 1729 en Sevilla con la Corte. Y sin duda Sevilla y su música popular le sirvieron a Scarlatti de inspiración para una parte importante de su obra, que se aprecia de forma manifiesta en muchas de sus sonatas para clave, instrumento que popularizó en España dando origen a la escuela de clavecinistas españoles, que alcanzó el culmen con el Padre Soler. Música que, en opinión de los estudiosos, en muchos de sus acordes y soluciones técnicas quiere recordar el sonido inconfundible de la guitarra.  

Domenico Scarlatti desarrollaría ya en España el resto de su actividad musical hasta su muerte en Madrid, en su domicilio de la calle Leganitos, en cuya fachada el Ayuntamiento colocó una inscripción con legítimo orgullo de tan ilustre vecino. 

La influencia de Sevilla en la música de Scarlatti se pone de manifiesto, de forma brillante y atractiva al máximo, en un precioso documental titulado “Sur les traces de Domenico Scarlatti: Le voyage de Christian Zacharias à Sevilla”, dirigido por Edgardo Cozarinsky y coproducido por “La Sept”, Institute Nacional de l’Audiovisuel”  y por la productora alemana “W.D.R ( Colonia)” con la participación del Centre National de la Cinematographie y del Ministere de la Culture (Direction de la Musique). 

El protagonismo del documental es triple: Scarlatti y Sevilla, por supuesto, pero también y sobre todo Christian Zacharias, el gran pianista y director de Orquesta nacido en Jamshedpur (India) en 1950 y cuya carrera musical es brillante y mundialmente aclamada (en Sevilla ha actuado en 2008 como solista, en 2010 como pianista y dirigiendo a la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla y la última vez, en un recital de piano el 7 de abril de 2014 en el que interpretó, entre otras, cinco sonatas de Scarlatti). 

El precioso documental está íntegramente rodado en Sevilla y en él Zacharias interpreta con gran virtuosismo ocho de las Sonatas de Scarlatti en el encantador ambiente del Alcázar, donde la cámara se recrea en la filigrana morisca de sus azulejos y el encaje de sus portadas. Pero no se limita a interpretarlas, las explica con apasionada vehemencia resaltando la influencia del folklore español en las obras de Scarlatti, cuyo ambiente musical moro, gitano, judío son patentes, los melismas árabes. Y confiesa que en la música de Scarlatti la sonoridad del piano querría que fuera como la de una guitarra, porque la cuerda es más armónica y tiene una vibración más sensible y distinta de la más dura que transmite el martillo golpeando la cuerda en el piano. Y mientras, el artista va paseando por los rincones más entrañables de Sevilla comentando la música de Scarlatti, y la cámara se recrea en la Sevilla monumental y hermosa, sus rincones típicos, sus fiestas y ceremonial, los cantaores y el aprendizaje del baile flamenco de la mano de Matilde Coral. Y  se emociona el pianista relatando que el empaque de España, de Andalucía y Sevilla y la inspiración de la música española, siempre le han impresionado, como le impresionan de España el ritmo y la alegría de su gente, el calor, la vida nocturna…  Y desgrana y reitera notas de las Sonatas en las que quiere reconocer el batir de las palmas y el zapateado del flamenco, el sonido de la “malagueña” con sus acordes tan notorios en algunas de las partes de las Sonatas de Scarlatti. Y confiesa lo fascinante que resulta que un compositor sea capaz de sumergirnos en el misterio, en la melancolía a veces, en el encanto que nos transporta a esas placitas pequeñas del barrio de Santa Cruz. 

Confiesa el pianista que de Beethoven y Mozart siempre vuelve a Scarlatti como impulsado por una necesidad de artista. En un momento de la grabación,  Zacharías se pregunta de dónde le viene su amor por Scarlatti y se contesta que en algún lugar de su infancia se encontró con las sonatas del italiano y ya no pudo deshacer el embrujo que su música operó sobre él.

El documental, de una hora de duración, es una auténtica delicia. Y nos pone por delante a uno de los grandes de la composición musical, de la mano de uno de los grandes pianistas del momento… y en el fondo, majestuosa, Sevilla como inspiradora de ambos.


Pedro Sánchez Núñez,
C. de la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría.
 

lunes, 16 de noviembre de 2015

La luz de la memoria


 

Dedicado a todos aquellos que cruzaron la laguna Estigia pero que siguen latiendo en nosotros al nombrarlos

                                  “Cuántos fuegos cedidos
                                    encenderían el ocaso.”
                                                   Francisco Basallote

Declina el silencio como la tarde
crujen las ramas del ocaso,
se tejen murmullos en la espesura.
Hay sombras superpuestas sobre el agua,
a estas horas opacas y sin rostro,
abanican el aire las lechuzas
en su vuelo nocturno.
La copa de la noche
rebosa sensaciones,
si el velo del misterio
cae en las manos de un ciego
sabrá resolver sus enigmas,
seguramente, desde el tacto.
Con el fuego prestado encendería
antorchas en un círculo,
en su centro los nombres que me habitan,
la luz de la memoria entre sus ascuas.

María José Collado 

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Muchachas al sol. Pedro Sánchez Núñez




             Antonio Cano Correa y uno de sus monumentos más importante y desgraciado:              Muchachas al sol
La larga vida de Antonio Cano Correa (Guajar Faraguit, 4 de febrero de 1909- Sevilla 2 de julio de 2009) fue un esfuerzo constante de superación, personal y artística. De humilde familia de labradores, desde pequeño quiso orientar su vida por otros derroteros, y aprendidas las primeras letras en el Ave María de Granada, a los diez años trabajaba en una librería y a los trece empezó como aprendiz en un taller de escultura y ya desde entontes su dedicación al arte fue total y definitiva hasta llegar a ser Catedrático de la especialidad en la Facultad de Bellas Artes de Sevilla. Su dedicación primordial durante gran parte de su vida fue la escultura, pero a partir de 1970 se dedicó a la pintura, por motivos que tienen que ver con la incomprensión de su última producción escultórica por parte de los estamentos retrógrados que mandaban en Sevilla en esta materia.   
Es admirable que un escultor que se formó en el barroquismo de la estatuaria religiosa, y la practicó durante gran parte de su vida, evolucionara hacia una abstracción de las formas y los volúmenes que dieron como fruto algunas de sus esculturas más importantes y rompedoras. En efecto, en 1963 se estaba ordenando urbanísticamente la plaza de Cuba, en el Barrio de los Remedios, donde unos cuantos arquitectos trazaban la nueva imagen de la Ciudad, más moderna y sofisticada. Y le encargaron a don Antonio Cano una escultura para adornar la glorieta que allí se formó. El resultado fue el conjunto escultórico que don Antonio tituló “Muchachas al sol”. La obra se colocó en el lugar previsto y quedó oculta por unos telones que impedían su vista, no sé si en espera de la inauguración oficial o para  ganar tiempo y tratar de que la digirieran los “factótums” del asunto. Los que ya tenemos algunos años recordamos lo que ocurrió cuando al fin alguien logró fotografiar la obra, publicándose la foto en el diario ABC con un titular parecido a este: “Esto es lo que han puesto en la plaza de Cuba” y enfocaban las escultura poniendo al fondo la Catedral y la Giralda, para que quedara claro “lo que no podía ser”. Naturalmente los elementos más poderosos y conservadores de la Ciudad organizaron una desaforada campaña en la que terminaron teniendo éxito y así el grupo escultórico desapareció de la plaza de Cuba y empezó un trasiego similar al famoso pato de la fuente de “la pila del pato”.
Después de un jubileo de idas y venidas (parque de María Luisa, parque infantil  junto a su actual emplazamiento para que los niños jugaran con las esculturas que terminaron sufriendo daños que fueron restaurados en 1980 bajo la dirección del propio escultor), la obra terminó en 1981 en su actual e inadecuado emplazamiento, en el parterre existente en la glorieta hoy llamada “de las Cigarreras”. Pero no acabaron así las desgracias. Últimamente la escultura, que es de piedra caliza y era de un  blanco inmaculado, tal como la concibió su autor, ofrecía desde hace tiempo un feo y sucio color ocre motivado, al parecer, por algún componente químico del agua con que riegan el lugar donde se encuentra. Algunas voces se alzaron contra este nuevo agravio a la preciosa escultura, que han tenido poco eco. No es de extrañar en una Ciudad donde hay mentes preclaras que valoran tan poco el arte. La falta de sensibilidad de quienes deberían cuidar más el patrimonio ha mantenido durante demasiado tiempo esta situación lamentable que afecta a una escultura que ha tenido tan tortuosa historia, la primera y de las pocas modernistas que adornan la vía pública. Al parecer, en los últimos días algo se mueve en torno a las “muchachas”, esperemos que para arreglar el desaguisado.
A pesar de estos desaires, la nobleza del escultor se demostró realizando el precioso monumento a Juan Sebastián Elcano, llegando incluso a retratar en él, junto a su familia (su esposa doña Carmen Cano, es una grandísima escultora también), a personajes de la época, algunos de los cuales incluso algo tuvieron que ver con las vicisitudes de la escultura de las “muchachas”.
Profundamente afectado por la falta de consideración a su obra escultórica y a su mensaje de modernidad tan despreciado, don Antonio decidió dejar la escultura, regaló parte de sus herramientas a sus alumnos, y se dedicó a la pintura, con el mismo aire moderno y vanguardista, pero en la que lucen unas formas que no ocultan la condición de escultor de su autor.
Antonio Cano era un granadino ejerciente, transmitiendo ese aire misterioso y esa tristeza del exilio que caracteriza a quienes aman a Granada y no viven en ella. Y dejó testimonio de ello en sus libros “Granada en la memoria” y “Memorias amarillas” donde se preguntaba "¿Cómo sería el día en que yo nací? ¿Por qué no me preocupé nunca de este acontecimiento?”.
Su recuerdo pervive en su obra, tan grande e importante como mal celebrada como se merece, sobre todo en ese pequeño conjunto de niñas al sol, que ha tenido tan mala suerte.

Pedro Sánchez Núñez
C. de la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría

martes, 3 de noviembre de 2015

Cajón de satre. UN DRAMATICO SUCESO FUE EL ORIGEN DE LA MARCHA PROCESIONAL “VIRGEN DEL VALLE”.-



Este trágico suceso fue el origen de una de las marchas más inspiradas y piadosas de nuestra Seana Santa "Virgen del Valle"
Una de las marchas procesionales más antiguas, y tal vez de las dos o tres mas inspiradas y piadosas, muy lejos de la desagradable fanfarria que actualmente nos sorprende tras muchos de los estremecedores y piadosos misterios de nuestra Semana Santa, es la marcha “Virgen del Valle”.  Como es sabido, su autor es el maestro Vicente Gómez Zarzuela. Pero es menos conocido el trágico origen de esta conmovedora música, del que se hizo eco la prensa nacional publicándose incluso grabados del pintor José Arpa en el Nº XLIII de la revista “La Ilustracion Española y Americana”, de 22 de noviembre de 1896 y recogen, con abundantes detalles del pleito que motivó la tragedia, dos publicaciones coetáneas de los hechos, editadas por la Tipografía de la Viuda de Gironés (Sevilla, 1899), hechos igualmente relatados recientemente, entre otros, por Manuel Rodríguez Aguilar y, en el libro “Historia de la marcha Virgen del Valle”, por José Manuel Delgado. 
Esto fue lo ocurrido: En el tristemente célebre año de 1898, un grupo de amigos, muy conocidos en la sociedad sevillana, tomaron el vaporcito “Aznalfarache” para ir de caza al coto Doñana. El barco era un pequeño vapor de río de la Sociedad “Camacho y Cía”, que hacía normalmente la carrera de Sevilla a la Puebla del Río, junto a Coria del Río, con escalas en San Juan de Aznalfarache, Gelves y Coria del Río; había sido construido en Burdeos con 28 TRB, 19,60 metros de eslora, 3,10 metros de manga, 1,45 metros de puntal, y una pequeña máquina de vapor de 15 NHP que le propulsaba a una velocidad máxima de 6 nudos. Era la medianoche del 7 al 8 de noviembre de 1898, noche tranquila  de luna clara. A bordo, veintitrés personas: los diecinueve amigos, el patrón Antonio Martínez Montes, un mecánico, un marinero y un camarero. Tras parar en San Juan de Aznalfarache para cenar, y en Coria del Río donde embarcó otro amigo, continuó su navegación entre música y risas de los viajeros. 
Aproximadamente a las cinco de la madrugada remontaba el Guadalquivir el vapor “Torre del Oro”, buque que hacía el servicio mercante entre Sevilla y Marsella, de gran porte, fabricado en los astilleros ingleses en 1887, con 1.321 TRB, 74,33 metros de eslora, 9,55 metros de manga y 5,27 metros de puntal movido por motor de 130 NHP que le permitía una velocidad de 10 nudos. Al mando el capitán José Heredia González. A la altura del Caño de la Mata, el “Torre del Oro” colisionó con el “Aznalfarache” con tal violencia que el pequeño vapor se hundió rápidamente a una profundidad de 22 pies. Solo se salvaron  el patrón y el librero Juan Antonio Fe , muriendo el resto de los pasajeros que iban en sus cabinas: Javier Ruiz de Lecanda, interventor de la sucursal del Banco de España y su amigo Fernando Aguilera, profesor de la clase de modelado y vaciado de la Sociedad Económica; Francisco Pro, dueño de un establecimiento de perfumería y juguetes y sus dos dependientes Manuel Vázquez Marín y Sebastián García Alfonso; Antonio Enrile, capitán de ingenieros retirado; Manuel Alvear, cajero del Banco de España; Enrique Peña, joyero; Jacinto Mora, agente comercial; Alberto Barrau, hijo del ingeniero Leoncio Barrau; José Camacho, comisionista; Ricardo Villegas, pintor y hermano del célebre pintor José Villegas; Baldomero Vidal, comerciante; Baldomero Sánchez de Toro, comerciante; Juan Gonzalo, sombrerero; Enrique Castellanos, hijo de industrial de cerámica y un comisionista de la casa Fe; el maquinista del Aznalfarache conocido por Pepe el maquinista, el marinero José Núñez y el cocinero Joaquín Suero. 
Vicente Gómez Zarzuela, que en la fecha tenía 28 años, consternado por la gran tragedia, se puso inmediatamente manos a la obra y  compuso la marcha “Virgen del Valle” en homenaje de su difunto amigo Alberto Barrau. El extraordinario homenaje musical, dedicado a la “Virgen del Valle”, trae en sus notas inspiradas el recuerdo del luctuoso hecho y aunque la gran mayoría de los cofrades, y por supuesto la inmensa mayoría del público oyente no informado, no se den cuenta, constituye de hecho una majestuosa oración sonora por este grupo de buenos sevillanos y un llanto imperecedero por su lamentable pérdida.
2 octubre 2015