martes, 16 de diciembre de 2014

Cuento de Navidad. Ángel Boix



El suceso que les voy a contar no se si fue verdadero, un sueño, una ilusión o un cuento. Ustedes juzgarán.

Frente a casa hay un quiosco de chucherías y refrescos que regenta un tal Paco. Un hombretón ex gordo de biomanan. Buena gente y buen conversador.

Su quiosco es punto de referencia para los inmigrantes que llegan a Sevilla. También es punto de reunión de algunos vecinos.

Desde este verano, merodea por los alrededores una familia de rumanos. Ya están todos colocados. La madre pide en la puerta de un supermercado, siempre que esté abierto, menos el día de la Inmaculada, pues dijo que ella no trabajaba en esa fecha. Sonríe mucho le des o no le des. Creo que para enseñar sus dientes de oro.

El padre toca incansablemente en el acordeón algo parecido a lo de bésame mucho por la calle.
El hijo de unos diecisiete años, también martiriza el teclado. Lo he oído varias veces y puedo asegurar que una pelea de gatos en celo es lo que mas se le parece a lo que toca. Así se ganan la vida.

Pero ayer anocheciendo, estábamos en el quiosco Paco, Manolo el ingeniero y yo con mi nieto en brazos cuando llegó el joven rumano con su acordeón y nos preguntó si queríamos que tocara cosas típicas de su país. Le pedimos que lo hiciera a ser posible con motivos navideños.

Y empezó a tocar lentamente, con los ojos cerrados. Se hizo un gran silencio. Todo el que pasaba se paraba a escuchar. Nunca había oído nada igual, con tanto sentimiento y armonía

Las lágrimas en nuestros ojos estaban prontas a salir. El tiempo pasó sin darnos cuenta, de pronto, a nuestras espaldas oímos un fuerte crujido. Nos volvimos para ver asombrados como el árbol de atrás se inclinaba y salían de entre sus ramas una nube de pájaros que se habían congregado para oír la música celestial tocada por un posible ángel rumano…

Mi nieto acariciándome la mejilla me dijo “Abu no llores.”

Y allí está el árbol, extrañamente inclinado.