viernes, 10 de junio de 2016

San Luis de los Franceses, el templo sin cofradía. Manuel Jesús Roldán


algo quizás imposible en esta ciudad: que sus vecinos valoren sus monumentos y pidan responsabilidades por su cierre. Aunque el templo no tenga cofradías…

Pocos sabrían decir el tiempo que lleva cerrado el único templo realmente barroco de la pretendida ciudad barroca. Pocos diferencian al San Luis de palo, el que da inicio al verano, del San Luis Rey de los franceses, el que da nombre a la iglesia de más atrevida planta de la ciudad. Pocos saben situar en el mapa la antigua calle Real, con origen en el antiguo cardo romano, que cambió su nombre por un noviciado jesuita de efímera y azarosa vida. Quizás es que San Luis de los Franceses, el recinto que acoge dos templos desacralizados, perdió su función hace tiempo, cayendo en el sevillano olvido y en las manos de políticos que un día tras otro anunciaron el proyecto final, la solemne apertura, la definitiva “puesta en valor”, esa vacía y cacareada expresión de tertulias que incide en algo quizás imposible en esta ciudad: que sus vecinos valoren sus monumentos y pidan responsabilidades por su cierre. Aunque el templo no tenga cofradías…

Las enésimas palabras del presidente de la Diputación Provincial aludiendo a su próxima apertura (“tres o cuatro meses”, un nuevo plazo indefinido en la ciudad que sólo cumple a duras penas con el reloj en Semana Santa), deberían ser una llamada a un tiempo nuevo. Los relojes están en marcha. La joya de San Luis sería en cualquier ciudad motivo principal de visita, de atracción turística, de contemplación artística, de dinamización cultural (otra palabra vacía tan de moda) y de atracción económica. Aquí no: en San Luis no hay cofradías, aunque acogiera imágenes y fuera sede ocasional de parroquias, aunque una hermandad habría luchado más por su apertura y conservación. Pero el diseño de su puerta y sus escalones impiden los tambores. Mejor. Así, algún día podremos escuchar el sermón labrado en su cúpula que da sentido al edificio, una cita del Libro de los Proverbios: si quit es parvulus veniat ad me. “El que es como un niño, que venga aquí”. Como niños esperamos su apertura. Como adultos, hemos puesto en marcha el reloj, vanitas barroca, que inicie la cuenta atrás hacia la contemplación de la que fue “del orbe la octava maravilla”.

Parte del artículo publicado en el diario ABC de Sevilla, Pasión en Sevilla, el 24 de agosto de 2015.

Estos viejos. Ángel Boix


 Estos españolitos han venido al mundo. Y ninguna España les helará el corazón mientras estos viejos y sus enseñanzas pervivan.
¡Que mañana tuve ayer!
Aún me estoy relamiendo. Y se me inicia una sonrisa y entorno algo los ojos. Mi mujer me mira de hito en hito y seguro que se pregunta, algo mosca, qué me pasa.
Sin más preámbulos: Yo estaba primero en el banco. Tranquilo, ojeando el periódico , al tiempo que miraba furtivamente lo que pasaba.
De pronto, una chica joven, con un carrito, se sienta a mi lado. La miro, balbuceo un saludo apenas respondido.
Del carrito un llanto desgarrador de bebé. ¡Me sobresalta! Miro a la chica. Saca al niño y empieza a hablarle bajito, lo mece suavemente, le pone el “chupe”. Todo inútil. Sigue el llanto y el pataleo, no calla ni se calma.
Le pregunto a la presunta madre:¿Qué tiempo tiene?
Tres días, me responde.
Disculpe, señora, yo he sido toco ginecólogo. ¿Dónde lo ha tenido? En el maternal del Virgen del Rocío. Muy bien asistida por un matrón. Rapidito. Este es el segundo. Mi madre me dice que no debería salir a la calle hasta que no esté bautizado y presentado a la Virgen. Pero ya ve, aquí estoy con mi hijo Pablo.
Y le digo: Dele de comer, tiene hambre. Y así lo hace. Ni corta ni perezosa saca un pecho y Pablito lo coge con afán.! Que mamón! Y calla, duerme. Esboza la sonrisa de los ángeles. Con tres días y la madre con el costo y el calostro en su maravilloso envase.
Al pronto había a nuestro alrededor tres carritos .Antes se juntaban preñadas y ahora paridas.
Y yo en medio, feliz. Estos españolitos han venido al mundo. Y ninguna España les helará el corazón mientras estos viejos y sus enseñanzas pervivan.

Deberes para casa. Antonio Montero Alcaide


Se trata de pensar qué actividades educativas son las que requieren, en mayor medida, de la intervención del profesor y de la presencia e interacción en el aula

Aunque las virtudes parecen cotizar poco en el mercado de los valores sociales, siempre se aludió a que suelen encontrarse en el recomendable término medio. Al cabo, algo parecido al justo equilibrio entre los contrapesos del pasarse y del no llegar. Pues esto mismo, virtud y equilibrio, se precisan en el caso de los deberes escolares, que han tomado protagonismo en el debate educativo y hasta en la controversia política, con iniciativas en algunas administraciones para regular su encomienda y ejercicio. Sabida es la tentación normativa por la que suelen regularse en exceso algunas cuestiones, o someter a nueva prescripción lo que debería ser ajeno a ella. Se quejan las familias, al menos las que parecen representadas por las asociaciones correspondientes, porque sus hijos ocupan muchas horas de las tardes en hacer los deberes y, además, requieren de ayuda y apoyo continuos para realizar las tareas. Y opinan algunos profesores, o sus representantes –aunque tanto en un caso, las familias, como en otro, el profesorado, convendría reparar en los avales de esa representación-, que los deberes son necesarios para completar los procesos de enseñanza y de aprendizaje que se desarrollan en las clases. Otros argumentos tienen que ver con las dificultades de las familias en situación de desventaja sociocultural para apoyar a sus hijos en las tareas escolares en casa; con la oferta de actividades complementarias o extraescolares en los centros, donde puede caber el apoyo escolar; o con la propia complejidad y extensión del currículo de las enseñanzas.

En definitiva, la intensificación del tiempo de aprendizaje en las aulas, señalada como factor de calidad de los centros, algo tendrá que ver, por el modo en que se adopta, con la acumulación de los deberes para casa. Y hasta las “clases invertidas” o “clases al revés” (“flipped classroom“) saldrán a la palestra para sostener la conveniencia de atender las explicaciones del profesor en casa, grabadas en vídeo o con recursos de las ahora TAC (Tecnologías del Aprendizaje y del Conocimiento), y hacer los deberes en clase. Se trata, por ello, de pensar en qué procesos y actividades educativas son las que requieren, en mayor medida, de la intervención del profesor y de la presencia e interacción en el aula. De modo que no se conviertan en deberes lo que de algún modo son derechos, sin que se esté postulando con ello la abolición del esfuerzo, otra virtud en cuestión.


Antonio Montero Alcaide
Inspector de Educación. Profesor de la Universidad de Sevilla
Publicado en la Revista Magisterio el 25-05-2016

Era una mañana de Sevilla. Joaquín Romero Murube


Era una mañana de Sevilla, Alegría de Dios entre los hombres, gloria de frutos en la tierra, campos llenos de espigas y parrales, lumbre azul en los altos cielos del estío, ¡alegría de Dios entre los hombres!

Los buenos sevillanos hemos de recordar siempre nostálgicamente aquella bella mañana del “Corpus”, en la que nuestra ciudad ofrecía la alfombra perfumada de sus calles para el paso de Dios. Desde hora temprana, la Giralda fundía la altura azul en una onda densa de músicas y campanas. Y por las calles, por plazas cercanas a la Catedral, el hormiguero humano subía, bajaba, corría por entre las flores, las sillas, la tropa, los cortejos parroquiales  que acudían a la Iglesia Mayor para engrosar la magna procesión divina. Y el sol: un sol tempranero, cristalino, batido por una brisa fina, brisa campera que tiene filos de espigas y lagunas de amapolas. en la procesión salía, señera, la cruz  de flores de los asilados, cruz de un mayo de geranios blancos, rosas y granates. Y detrás, los niños, marineritos tristes, acongojados por la majestad del cortejo.

Toda Sevilla es la fiesta de Dios: sus santos dilectos; aquí Fernando, con el mundo y la espada, manto de armiño, y precedido de su brillante corte militar; aquí Justa y Rufina, mocitas buenas de Sevilla que, en su virtud, pueden levantar esta Giralda de Gracia, con campanillas y esquilas como zarcillos de vírgenes, tintineantes; Isidoro y Leandro con inseguras mitras en la plata gótica de sus esculturas; La Pastora en su monte idílico de esquilas y rebaños; el Niño de Dios, la Custodia chica, y detrás–vino,sangre,pan–, Dios en su trono de gloria sobre la custodia grande.

Las calles de Sevilla sabían recibir la visita de Dios: adamascadas telas en los balcones, luminarias en la noche, romero, juncia, y almoraduj por las calles del tránsito. Los seises bailaban ante el Señor, junto al altar de plata en la Plaza de San Francisco: era la ofrenda más pura y genuina de la ciudad. Seis niños de Sevilla glorificaban a Dios en una danza de gracia, llena de ternura y palillos. El incienso formaba cortina de encajes bajo toldos que libraban del Sol. A veces, un rayo de lumbre atravesaba la trémula penumbra e incendiaba en reflejos los brocados de las casullas.

La procesión seguía. La Majestad lo llenaba todo. Se fundía el oro de la mañana la sensación viva de Dios ante nosotros. El pueblo caía arrodillado y sobre el silencio de la muchedumbre prosternada se percibía claramente el crepitar de la cera en la custodia, la oración inextinguible del Prelado, y ese misterioso curso de algo divino que pasaba, de algo que había estado allí ante nosotros, que se iba, sensible aunque sin volumen, dejándonos estremecidos, fríos, como se va una oración de entre los labios.

Era una mañana de Sevilla, Alegría de Dios entre los hombres, gloria de frutos en la tierra, campos llenos de espigas y parrales, lumbre azul en los altos cielos del estío, ¡alegría de Dios entre los hombres!. Todos nos sentíamos ungidos por la presencia divina, y ya tarde, cuando Dios había recorrido las calles de la ciudad, aun sentíamos sobre nuestro corazón la emoción intensa de esta clara mañana, llena de un temblor de campanas y oraciones. ¡Era Dios en la ciudad!

sábado, 16 de abril de 2016

Los retretes de las casetas hablan. Carlos Navarro Antolín




Se hartan de contarnos las claves ocultas de la Feria, de enseñarnos esas trastiendas con orondos cocineros friendo pescado, con feriantes de los de verdad (los de la Calle del Infierno) narrando las peripecias de cada pueblo y las zancadillas que les pegan los ayuntamientos de turno queriendo sacarles lo que no pueden exprimirle a sus propios vecinos con el IBI, que ya lo decía el sabio tabernero del Portón cuando insistía en invitar al café con la tostada de última hora de la mañana.

-No te preocupes que lo tuyo lo va a pagar el guiri que se está comiendo ya la paella.

Pues eso. Que hay ayuntamientos que pretenden que el tío de la Noria, el del Gusano Loco y el de la Barca Vikinga paguen los recibos de la contribución urbana que se despistaron del segundo semestre devengado. Y nos lo cuentan en esos magníficos reportajes de televisión de 24 horas donde la mitad se despelota en una playa y la otra mitad hace el canelo a las ocho de la mañana en un una churrería ambulante próxima a la portada. Mucha trastienda, mucho tratar de enseñar las verdades de la Feria, mucho abrir en canal esta fiesta universal, pero nadie se ha ido a enseñarnos esos retretes de las casetas donde sí que se encuentran las grandes claves, donde se exhiben esas normas de conducta en plan “ahora que no nos ve nadie, va a leer usted detenidamente mientras hace sus cositas cómo debe comportarse, so maleducado”. Y sale uno de allí avergonzado, porque te dicen desde cómo tienes que vestirse hasta la hora tope a la que puede haber menores de 14 años y cochecitos de bebé en la caseta. Lean, lean. Y no es en una caseta, sino en muchas. No se habla de señores, sino de caballeros (con o sin caballo) a los que se les exige atuendo de chaqueta, las zapatillas de deporte están prohibidas (como en el Pachá de Madrid) y a partir de las diez de la noche se recomienda el uso de la corbata. No dice qué tipo de nudo debe lucir (si el nudo de gran tamaño modelo Gregorio Serrano, el nudo distraído modelo Juan Espadas o el nudo triangular que nunca se cae modelo camarero del Aeroclub), pero se deduce que hasta antes de las diez puede usted ir despechugado, como si usted fuera un primer teniente de alcalde en un reciente sepelio, a cuello abierto exhibiendo la pelambrera alta del pecho cual guitarrista ochentero. Y todo esto se entera uno mientras orina, oiga. Pedagogía o conciliación del ocio y el ejercicio de las necesidades básicas. Al salir de ese retrete lo primero que hace uno es mirar el reloj (por si han dado las diez), autoescrutarse y pensar dónde fue la última vez que vio el carrito del niño.

No hay que olvidar esas casetas que para darse importancia colocan en el retrete un frasco de colonia de baño, un peine y una toalla, como si fueran los limpísimos servicios de los caballeros maestrantes de la plaza de toros donde se ofrecen además prismáticos y mullidas almohadillas de válvula. Pero qué cochinos los de esas casetas pretenciosas, qué asco de toalla a partir de media tarde, cuando tienen ya hasta una fauna protegida de bacterias, sabrá Dios la trayectoria de ese peine al que siempre faltan entre dos y cuatro púas. ¿A quién se le ocurre poner toallas en el servicio de una caseta? Si el summum de la falta de higiene lo marcan siempre en Sevilla la bombilla de una cuadra o el servicio de una caseta. Y todo por no poner un rollo de papel higiénico. Ocurre como cuando se modernizaron los canapés que perdimos en la Caseta Municipal, que se oía a cierto alto cargo socialista decir cada día en tono jocoso: “Hay que ver lo que inventa Juliá para no tener que poner jamón”, mientras se zampaba el consabido mini-tomatito con una puntita de anchoa. Pues hay que ver los aires de importancia con los que se camuflan algunos titulares de casetas para no gastarse los euros en rollos de papel. Fíjense en los urinarios de la Feria, auténtica trastienda. Si a las ciudades se les conoce por sus mercados y cementerios, las claves más profundas de muchas casetas están en los servicios. Los retretes de la Feria hablan. Y dan órdenes, vaya si las dan. A las diez, los cuellos cerrados. Y los niños, chupete y a la cuna.

Publicado en: La Caja negra
Diario de Sevilla

viernes, 15 de abril de 2016

El erudito de Feria. Manuel Jesús Roldán


Antoñito entraba en la categoría del pesao ferial, especie superlativa y excesiva del clan de los eruditos

Un mal día de abril, Antoñito el Erudito acompañó a su amigo José Foráneo en su paseo por la Feria. Antoñito entraba en la categoría del pesao ferial, especie superlativa y excesiva del clan de los eruditos. Desde la llegada al Real, su compañía fue una auténtica disertación:

“Mira Pepe, andar por la Feria es una clase de historia de la tauromaquia. Ahí lo tienes. Calle Costillares. Origen del toreo. Uno de los primeros toreros a pie que se conocen. Porque tú sabrás que antaño se toreaba a caballo y que en San Bernardo se toreaba a las reses antes de sacrificarlas. Su propio apodo lo indica. Costillares. En realidad se llamaba José Rodríguez, y quizás sepas que se le atribuye la suerte de matar a volapié...”. Pepe no lo sabía. Como tampoco conocía lo de Pepe Illo. Segunda caseta. “¿Qué no lo sabes? Fue otro de los toreros más destacados del siglo XVIII. Nació en 1754, y fue bautizado en el Salvador. Parece que el apodo Illo, según Thebussen, viene de la deformación de Joselillo. Un torero muy cofrade que llegó a regalar un San José al Baratillo. ¿No lo sabías?”. Claro que no.

Tampoco sabía que en la tercera caseta continuaría el monólogo. “Ricardo Torres Bombita. Un torero nacido en Tomares al que le entró el gusanillo del toro por su hermano Emilio. Si mal no recuerdo y el Cossío no me falla, tomó la alternativa a manos del Algabeño. ¿Sabes que durante mucho tiempo fue rival de Machaquito?”. Claro que no lo sabía. El único Machaquito que conocía Pepe era el del aguardiente. Y pare de contar. Pero la que no paraba era la erudición.

Cuarta caseta. “Aunque para rivales los de estas dos calles, Joselito y Belmonte. Fueron la época dorada del toreo en los años 20. Hasta llegaron a tener su propia plaza, la Maestranza y la Monumental, que patrocinó Joselito. ¿Tú sabes que en Eduardo Dato queda una puerta de la antigua plaza de toros Monumental?”. Por supuesto, no lo sabía. Monumental era el fallo de haber elegido a este compañero de Feria. Pero la peor fase de las borracheras es la poética. Y llegó...

Quinta caseta. “El Espartero. Torero popular, hijo del dueño de la espartería de la Plaza del Pan. “Al hijo del Espartero / lo quieren meter a fraile / pero la cuadrilla dice torero como su padre”. ¿No conocías la canción?”.

Sexta caseta. Continuaba la pesadilla. “Ignacio Sánchez Mejía. Murió en Manzanares en 1934, lo mató Granadino, un toro negro bragao. ¿Conoces la poesía de Lorca?: Que no quiero verla / dile a la luna que venga...”. El pobre Pepe no pudo más. No sabía nada. No le interesaba. Aunque en aquel momento le sonó el término espantá aplicado al enésimo torero de la feria.

Mientras corría, con una sonrisa malévola imaginaba a una toro Granadino, Bailaor o Perdigón que sólo atendía al bulto de un maldito compañero de Fe

Algunas tradiciones de la Maestranza. Juan Manuel Albendea


En esos silencios, ¡qué bien se oyen los repiques de las campanas de la catedral!,  que deberían estar atentas para anunciar urbi et orbe que un torero va a salir por la Puerta del Príncipe.

Cuando esta tarde se abra la puerta de cuadrillas para iniciar el paseíllo, muchas serán las emociones que le embarguen al aficionado. En Sevilla hace más de seis meses que no nos llevamos una verónica a la pupila. Podíamos preguntarnos con Rafael El Gallo, cuando se enteró que en Inglaterra no había toros: “ ¿Y qué puñeta hacen los ingleses los domingos por la tarde?”.  Los toros empiezan dos meses después que en otras plazas. Se pierde en la noche de los tiempos el inicio de la temporada el Domingo de Resurrección. La razón estribaba en que la autoridad eclesiástica no otorgaba el nihil obstat para que se corrieran toros en Cuaresma. Hoy el señor arzobispo no se mete en esos berenjenales. Además me consta que es buen aficionado, aunque sea de delantera de televisión. Pero la tradición es la tradición, y el que quiera ver toros antes del domingo de Pascua que coja el AVE.
Casi tan antigua como la prescripción eclesiástica es la tradición de que Curro encabece el cartel inaugural. Más de ocho lustros hace que lo encabeza. El que suscribe, que desde luego no ha nacido para arúspice, al enjuiciar la segunda corrida de la feria de 1984 escribía en el Correo de Andalucía, dirigido entonces por José María Javierre: “¡Y ojalá me equivoque!, pero pienso que el camino iniciado es irreversible. Curro se ha acabado definitivamente, y ha pasado a la historia del toreo”. A las cuarenta y ocho horas, en la crónica de la cuarta corrida hube de comerme aquella premonición y escribir: “Pues sí señores se han cumplido mis deseos y me he equivocado, y me complace reconocerlo. Curro no ha pasado a la historia, sino que ayer, en la Maestranza ha seguido haciendo historia, y ha escrito una página brillantísima de su dilatada carrera profesional”. De eso hace dieciseis años, y Curro sigue tan incombustible para las dos caras de la moneda. Por cierto, que cuando algunos aficionados se quejan de que Curro tiene demasiadas corridas en el abono, hemos de recordarles que en la tradición sevillana no es una exageración. El compromiso de Pepe Illo con la Maestranza fue torear las 24 corridas que tenía previsto celebrar en 1793.
Hay otra tradición secular que se rompió en 1915: la no concesión de orejas.
A petición de los revisteros sevillanos se había incluso incorporado al Reglamento de la Plaza el precepto de “no conceder orejas jamás”. La culpa dicen que fue del concejal don Antonio Filpo que presidía la corrida, pero realmente fue de Joselito El Gallo quien hizo tal faena al toro Cantinero de Santa Coloma, que si el edil no saca el pañuelo blanco hubiera habido un serio conflicto de orden público. No propugno que se restablezca esa tradición, pero sí que los presidentes de la temporada que hoy comienza sean celosos guardianes del prestigio de la plaza.
¿Y qué decir de la tradición de los silencios? Pues que también participan de las dos caras de la moneda. Los silencios han sido ponderados, denigrados, manoseados. ¿Cómo no vamos a elogiar el hábito del aficionado de reservar su opinión para sí o para el compañero de localidad con un gesto o un susurro que pueden ser tan expresivos como el mejor tratado de Tauromaquia?. ¿Y como desaprovechar la ocasión de oír el chasquido de las banderillas o el castañeteo del caballo del picador transido de miedo? En esos silencios, ¡qué bien se oyen los repiques de las campanas de la catedral!,  que deberían estar atentas para anunciar urbi et orbe que un torero va a salir por la Puerta del Príncipe. Pero hay otros silencios que hay que desterrar. No se puede confundir la bonhomía del público sevillano con su silencio de complicidad con el toro sin trapío, que algunos dicen que es el toro de Sevilla y, si no es toro, no es ni de Sevilla ni de Navalcarnero. Ni el silencio con el toro mocho, con los puyazos en cualquier parte, con la lidia como una capea, con el toreo fuera de cacho. Esas disfunciones, por decirlo benévolamente, merecen la repulsa popular, y en la plaza no hay otro modo de expresarlo que vocalmente. Para eso no debe haber silencio. Ni siquiera el del desprecio.
Pero la mejor tradición de la Maestranza este domingo es la luz. El albero es una auténtica alfombra de oro. El almagre de la barrera tan fuerte altera la pupila, que se compensa con el sosiego que le impone la albura del mármol de la columnata neoclásica. No cabe duda que cuando la luz tiene ese protagonismo la que manda es la primavera. Y en primavera, antes de sentarme en el tendido, solo me resta, un año más, creo que van para veinte, cumplir con mi tradición y pedir infructuosamente para la Maestranza el premio Europa Nostra a la conservación de monumentos. ¡Que Dios reparta suerte!

¿Exhibicionista o ensimismada? Antonio Montero Alcaide


 ¿Se exhibe Sevilla en la Feria? Resulta evidente aunque, no pocas veces, decir lo obvio importa; sobre todo, si se trata de precisar.

–¿Es Sevilla exhibicionista o se trata, más bien, de estar ensimismada?
–¿Me lo preguntas a mí? –dice la bruja del tren, como si le extrañara que pudiese contar con su criterio. 

Cierto que a las brujas –ahora que no se entera– tanto se les atribuye la fealdad por sus malos conjuros como la belleza o el embeleso resultantes de los hechizos. Pero ni Sevilla es bruja, más bien maga, ni la bruja del tren es sevillana, sino trotamundos de reales festivos, con pocos vuelos siderales en la escoba y un cuentakilómetros gastado por las vueltas del tren.
 
Convengamos, para tal cuestión, que pocos reparos pueden ponerse a la voluntad o la intención de exhibir cuando genuinamente se trata con ello de manifestar o de poner en público las circunstancias que lo merecen. De modo que así se congratulen tanto el que exhibe como el que contempla. ¿Se exhibe Sevilla en la Feria? Resulta evidente aunque, no pocas veces, decir lo obvio importa; sobre todo, si se trata de precisar. ¿Y tiene que ver exhibirse con la estética? Pues claro que sí, considerada esta, la estética, como la armonía y la apariencia que agradan y alegran la vista porque anuncian belleza. Pero si hasta aquí se llega con el ordinario o lógico curso de las cosas, asunto distinto será cuando se extreman, porque de la exhibición al exhibicionismo llevan los fundamentos –o la ausencia de ellos– con que se sostienen las conductas y las maneras. ¿Y todo exhibicionismo es repudiable? –la bruja mira de un lado a otro, pregunta a pregunta–. Descartado el exhibicionismo malsano y rijoso –que me dispense mi bruja dilecta la manera de señalar los tratos carnales con el demonio–, un exhibicionismo sevillano del que la Feria da buena cuenta tiene que ver con el prurito, con el deseo, aunque puede resultar persistente y excesivo, de hacer las cosas de la mejor manera posible. Por eso, cuando el exhibicionismo trae causa del prurito de exhibirse, la disculpa es manifiesta con el agasajo. Y no se trata solo de esa declaración popular con la que se exhorta “que no falte de”, sino de un entendimiento –decir filosofía tal vez sea pretencioso– que acerca a las virtudes de lo perfecto. Queda ya rematar la faena con el ensimismamiento. Meridiano también parece que la Feria no se recoge, abstraída, en la intimidad, sino que el ensimismarse acaso lleve al envanecerse y, entonces, despunten los  pocos recomendables efectos de la presunción o de la representación vana.

Al cabo, la Feria de Sevilla, en las mejores acepciones, es una exhibición ensimismada.

jueves, 3 de marzo de 2016

Oración al Cachorro. María Sanz


Señor mío, Dios río de Sevilla y Triana.

Señor mío, Dios río de mi abrupto paisaje,

regazo caudaloso donde aún me refugio,

sangre y agua, veneros que sin Ti no suceden.

La tarde es una sed que sumerge mis labios

en su propio vacío, redimiéndome el jugo

de la oración callada. Señor mío, Dios sangre,

ahora reconozco que no quise beberte

sin aridez extrema. La sed es un ocaso

donde aún te contemplo guardando tu agonía

fluvial en mi costado. Una tarde tan larga

no cabe en este Viernes, rebosan los celajes

y se inunda de malvas el cielo fugitivo.

Aquí tu Expiración es lo que fluye ahora

para desconsolarme con orillas de luto.

Tú eres el camino, la verdad y la herida

que mana su belleza a pesar de lo adverso.

Tú eres el destino, la bondad y la huida

hacia ninguna muerte, realidad que señala

lo que nunca serías sin la misericordia

alzada en tu perfil sobre el cielo clavado,

Señor mío, Dios río de Sevilla y Triana.
María Sanz

Desde el silencio. Andrés Amorós


Cada uno tiene derecho a sus preferencias, conoce de sobra lo que más le toca el corazón.  Para mí,  disculpen, lo más hermoso y lo más emocionante de esa  noche única nace del Silencio.
Para los turistas, la “Madrugá” puede ser una de las grandes citas, dentro del calendario español de fiestas populares; para los sevillanos, de nacimiento o adopción (entre los que me cuento),  es una noche única, un compendio de sensaciones y sentimientos muy difícil de expresar, si queremos huir de la retórica barata.

Los consejos que doy a los amigos que acuden por primera vez son muy sencillos:  ir sin prejuicios de ningún tipo; no querer abarcar demasiado; dejarse empapar por el ambiente, participar en la “comunión” multitudinaria; tener muy abiertos los ojos y la sensibilidad... Y, por supuesto, dejarse guiar por algún sevillano que la conozca bien, para elegir adecuadamente los tiempos y los lugares. Sólo él sabrá llevarnos , en el momento oportuno, al Postigo del Aceite, a la calle Cuna, a la dura curva de Boteros, al puente de Triana, a la Plaza del Museo, al Arenal...

Eso hice yo, hace años, y quedé  - lo digo con toda humildad – fascinado y enamorado para siempre.

Cada uno tiene su alma en su almario y las creencias religiosas que puede; cada uno, además, las expresa o las reserva como Dios le da a entender. Partiendo de eso y dejando a un lado los tópicos, estoy seguro de que cualquier persona que acuda  de buena fe y con un mínimo de sensibilidad a la “Madrugá” quedará totalmente deslumbrado.

Dicho con absoluta objetividad: aquí, la religiosidad popular, la cultura tradicional y la estética sevillana se conjugan en un acontecimiento tan peculiar, tan emocionante y tan hermoso que sería impensable, en cualquier otro lugar del mundo.

Nótese que , conforme a mi actitud de costumbre, estoy intentando describir, no ponderar. Para las cumbres estéticas, pretendo seguir la máxima de Stendhal: aportar “detalles exactos”. A todo ello hay que añadir, por supuesto, una marea de sentimientos colectivos que, sin duda, nos va a arrebatar inexorablemente.

Los místicos nos han enseñado que, para llegar al éxtasis religioso (añado yo: y al estético), debemos recorrer con humildad un largo camino de perfección. Así lo fui haciendo yo, en este terreno: sin prisa, poco a poco, descubriendo y atesorando momentos privilegiados.

Cuando Pachi y Eduardo Osborne, mis grandes amigos sevillanos, me consideraron suficientemente preparado, me sugirieron que solicitara el ingreso en la Hermandad del Silencio, por considerarla la más adecuada a mi carácter. Así lo hice y me asomé, desde entonces a un mundo único.

A mis amigos no sevillanos les suelo explicar, entre otras cosas, que las reglas por las que se rige hoy mismo nuestra Hermandad son las mismas que redactó, a fines del siglo XVI, nada menos que Mateo Alemán. Y, ante su asombro, confirmo: sí, el mismo que escribió el Guzmán de Alfarache... En nuestra capilla, una lápida, entre tantas otras, recuerda a nuestro ilustre Hermano.

Les comento también, a mis amigos de Madrid o de Alicante, que, esa noche, desde que cruzo la puerta de mi casa, vestido de nazareno, ya no hablo, ni tuerzo siquiera la cabeza a derecha o izquierda. No se trata – les digo – de “salir en una procesión”, sino de “participar en una Estación de Penitencia”: algo que voluntariamente hemos elegido.

En la Hermandad del Silencio – añado – impera ese democratismo trascedental que es una de las mejores herencias del pensamiento de  nuestro Siglo de Oro: no debemos llevar ni un anillo ni un zapato con hebilla ni nada que nos pueda identificar. Ante el misterio religioso, el gran misterio, todos somos iguales.

Les suelo hablar también de la emoción que nace de entrar a media noche, en la Catedral, que parece un inmenso barco oscuro y desierto, escuchando sólo el roce de las pisadas y el chasquido de los dedos, para indicarnos que debemos arrodillarnos ante el Santísimo; de la belleza increíble de enfilar la calle Francos, a la luz de los cirios, con la melancólica música que algunos denominan “los pitos”; de la sensación de anonimato absoluto, en medio de la multitud...

Después, nos emocionará el conmovedor patetismo del Gran Poder y el Cachorro,  de la purísima belleza de la Macarena y la Esperanza, de la bulla de los “armaos” y  los Gitanos... Son muchísimas teselas, muy variadas pero todas hermosísimas, que confluyen en ese mosaico único: la “Madrugá”.

Cada uno tiene derecho a sus preferencias, conoce de sobra lo que más le toca el corazón.  Para mí,  disculpen, lo más hermoso y lo más emocionante de esa  noche única nace del Silencio.

Nocturno y sismología del Viernes Santo. Antonio Núñez de Herrera


La madrugada se presiente como un oxígeno nuevo, como un génesis que inventara otra vez el resto de la ciudad desvanecida y diera ritmo al pulso desacordado.

La ciudad: cincuenta y siete calles encendidas, torrenteras de las parroquias a los altos hornos de la Catedral. La noche del parasceve vacía su mineral derretido, su fundición de nazarenos, "pasos" y luminaria en el molde predispuesto de las cincuenta y siete calles. Al lado, ¡cómo late la escoria caliente, la muchedumbre sin cirios ni capirotes, innominada y tremenda, por las aceras y en las bocaminas. Hay estas canalizaciones para que la luz corra y se divierta; pero también oscuros flujos de gente apresurada: baja marea de una multitud desvelada que da bandazos entre la sombra anónima de todo lo que, por deslumbramiento y contraluz, se ha derrumbado en la ciudad.

Arropada por la noche, la ciudad es sólo esta hidrografía ardiente de las Cofradías en marcha. Desde lejos, por las galerías soterradas, el afán enciende los clarines y crepita en candelas presentidas el tumulto de los tambores. ¡Luz y luz!... Cuanto escucha el oído se reforma en complejo visuales. Porque hay un ansia que pierde las sensaciones por las veredas del sistema nervioso.

Del Jueves al Viernes Santo la noche es vaivén y afán interminables; y antes que amanezca, contra el níquel donde comienza el alba, las últimas estrellas son espinas de una gran zarza oscura clavadas en la carne.

Y menos mal que, la noche tiene viáticos y claraboyas, remansos de buñuelos y aguardiente, ensenadas de pescado y vino donde se repone el ánimo para seguir este debate de barrio y procesión.

La madrugada se presiente como un oxígeno nuevo, como un génesis que inventara otra vez el resto de la ciudad desvanecida y diera ritmo al pulso desacordado.

La Catedral templa entonces el luminar de sus grandes calderas, y cuando la aurora restablece el equilibrio de las luces y coloca los corazones en su lugar de siempre, el día asoma por las altas vídrieras de la iglesia en una alegría de santos transparentes.

Afuera del templo una sola mano infiagrosa exprime el oro de las tabernas y los naranjales de la madrugada. Y se engalla en el horizonte una Cofradía de torres altas.

Entonces... todavía la gente se reconoce, con la ciudad, salvada del derrumbamiento.

Y los últimos supervivientes irán a ver entrar la Macarena.

Lugares donde salvarme


Pero llegas Tú y surges de un Evangelio escrito en surtidores, proclamado en la verdad del agua luminosa y manando de la llaga sonora de las fuentes. También Sevilla es palabra de Dios.

Mi salvación está prendida al temblor de las hojas del Parque. Allí me la dejaste amparada en la arboleda, sujeta a las ramas que rozaban tu morado martirio. Sólo creo ya en la brisa de la tarde que me trae tu  evocación. Sólo profeso la fe del eco de las cornetas que te anuncian o los tambores que te recuerdan. Cuando la banda, por las tardes, ensaya cruzando los paseos, todo parece seguir estremecido por Ti. Hasta los arriates se diría que me ofrecen las mismas flores del último Domingo de Ramos. Hasta los naranjos rezuman por diciembre un aroma de marzo. Y a través de una fronda atravesada por dagas de luz blanca, me libero de los vacíos de una religión que ya no me contesta y un mundo peligroso jugando al fuego de tantos abismos.

Puedo vivir mil días de preguntas o cargar con veinte siglos de misterios. Pero apareces Tú y escapa huidiza mi ignorancia. Los dogmas no resisten tantos meses como hay entre los albores de una primavera y otra. Es demasiado tiempo para soportar la vida sin una brizna del aire azul y fino de Sevilla. Pero llegas Tú y surges de un Evangelio escrito en surtidores, proclamado en la verdad del agua luminosa y manando de la llaga sonora de las fuentes. También Sevilla es palabra de Dios. Es cuando más firmemente lo creo todo y lo espero todo. Es cuando a tu paso el estanque cuenta tu Victoria, esa que es la mía, quizás la de todos.

Pepe Fuertes

miércoles, 2 de marzo de 2016

Lugares donde salvarme


 Pero llegas Tú y surges de un Evangelio escrito en surtidores, proclamado en la verdad del agua luminosa y manando de la llaga sonora de las fuentes. También Sevilla es palabra de Dios.

Mi salvación está prendida al temblor de las hojas del Parque. Allí me la dejaste amparada en la arboleda, sujeta a las ramas que rozaban tu morado martirio. Sólo creo ya en la brisa de la tarde que me trae tu  evocación. Sólo profeso la fe del eco de las cornetas que te anuncian o los tambores que te recuerdan. Cuando la banda, por las tardes, ensaya cruzando los paseos, todo parece seguir estremecido por Ti. Hasta los arriates se diría que me ofrecen las mismas flores del último Domingo de Ramos. Hasta los naranjos rezuman por diciembre un aroma de marzo. Y a través de una fronda atravesada por dagas de luz blanca, me libero de los vacíos de una religión que ya no me contesta y un mundo peligroso jugando al fuego de tantos abismos.

Puedo vivir mil días de preguntas o cargar con veinte siglos de misterios. Pero apareces Tú y escapa huidiza mi ignorancia. Los dogmas no resisten tantos meses como hay entre los albores de una primavera y otra. Es demasiado tiempo para soportar la vida sin una brizna del aire azul y fino de Sevilla. Pero llegas Tú y surges de un Evangelio escrito en surtidores, proclamado en la verdad del agua luminosa y manando de la llaga sonora de las fuentes. También Sevilla es palabra de Dios. Es cuando más firmemente lo creo todo y lo espero todo. Es cuando a tu paso el estanque cuenta tu Victoria, esa que es la mía, quizás la de todos.

Pepe Fuertes

Sevilla, se alquila. Carlos Navarro Antolín


Fotografía diario El Mundo

 Que cambien la letra de la leyenda sobre la ciudad. “Monteseirín me transformó, Zoido me cercó de veladores y mesas altas y Juan Espadas me alquiló pa banquetes y otras gracias”.
  
La vieja dama reunió a la familia en el salón de suntuosidad ajada, dorados apagados y vitrinas con platería enlutada por el paso del tiempo. Hacía ya unos años que el marqués se llevó para siempre la llave de la despensa y que el albacea había procedido conforme a lo expresado por el causante y, también, en función de criterios avaros, que ya se sabe qué parte corresponde al que reparte. La vieja dama toma asiento en la silla isabelina, reposa los antebrazos en la caoba de la mesa con esmero para no arrugar el paño de encaje, pierde la mirada en el lienzo de un antepasado con monóculo y bigote de húsar, y comunica a la descendencia:

–Ahora mismo no hay para pagar el próximo recibo del IBI. Os recuerdo que son 18.000 euros. No hay otro remedio que tomar de una vez la decisión.

Yla vieja dama, que ausculta con precisión los tiempos y siempre ha vivido con los pies en el suelo y atenta a la actualidad, pide la venia para alquilar varias partes de la hacienda para bodas y otros actos sociales. El vestíbulo cubierto es muy amplio para los cócteles en días de lluvia, de pie caben fácilmente trescientas personas. En el apeadero pueden servirse los aperitivos de bienvenida en primavera y verano. Las caballerizas, bien arregladas, son idóneas para el gran comedor. Siempre habrá algún gracioso que refiera eso de yantar donde en otro tiempo se han alimentado las bestias, pero Sevilla es la ciudad de la guasa. La mayoría se pirra por estar junto al noble al mismo tiempo que se regodea en sus penurias. Yel almacén, con una pequeña reforma, sirve para las horas de barra libre.

Sevilla es Tara, quemada por la guerra de la crisis económica, con los cultivos arrasados y las cortinas hechas jirones. El alcalde es Scarlett O´Hara en lo alto de un velador:“A Dios no pongo por testigo porque no me deja rojo sevillano ni los chicos de Participa, pero juro que no volveré a pasar hambre”. Y Juan Espadas, dispuesto a todo para reactivar la economía local, pone las zonas nobles de la ciudad en alquiler para cócteles y banquetes. Así recaudará 900.000 euros, casi lo mismo que el millón anual por las licencias de los veladores. Con Espadas será posible dar una copa de empresa en la Puerta de Jerez, donde el catálogo municipal dice que el primer atractivo es la fuente de Híspalis, la que parece sacada de un tanatorio del Aljarafe construido en tiempos de pelotazos urbanísticos con edil de Urbanismo imputado. También se podrá presentar un modelo de coche de alta gama con pedazo de cena para diez mil comensales en la Plaza de España. ¿Prefiere presentar su nuevo perfume en los Jardines de Murillo y tener luego varias mesas altas para servir el Möet Chandon? En este caso lo recomendable es limpiar previamente las ratas allí empadronadas, las de cuatro patas quiero decir. Si lo prefiere, ese acto social que siempre había soñado puede tener su marco incomparable en la ciudad de los marcos incomparables: en los Baños de la Reina Mora, en la Plaza de América (“¡Yo lo vi primero!, dirá Mario Niebla del Toro con el turbante y sus invitados de postín) o en la Alameda de Hércules, la que Monteseirín alfombró de un amarillo más feo que un chino con fiebre, y Zoido directamente no supo qué hacer, entretenido en pensar si estaba bien sujeta la placa que conmemora que un día inauguró un bacalao en Argote de Molina. Literal: un bacalao.

Sevilla se alquila para fiestas como la hacienda de la familia noble venida a menos. Arrendamos los escenarios de la grandeza que un día habitó entre nosotros. El márketin es cruel como un niño y nos dice las verdades: somos un gran salón de celebraciones, los hosteleros de Europa. ¿No montamos un horror llamado Munarco por ser la ciudad de la Semana Santa por antonomasia? Pues vendamos Sevilla como un gran velador. Y el Ayuntamiento, como la familia que tiembla con sólo imaginarse en el BOP por no pagar el próximo IBI, ha hecho el catálogo de plazas y edificios aptos para festines. Pero, ay pena, penita, pena, se han olvidado de la Plaza de San Francisco como la joya de la tatarabuela que no se alquila. Orgullo se llama. Claro, la Plaza de San Francisco ya tiene arrendatario con jaimas y mesas altas desde hace años. Que cambien la letra de la leyenda sobre la ciudad. “Monteseirín me transformó, Zoido me cercó de veladores y mesas altas y Juan Espadas me alquiló pa banquetes y otras gracias”.

Publicado en el Diario de Sevilla. La Caja negra el 24 de enero de 2016

miércoles, 3 de febrero de 2016

Una lágima furtiva




Han vuelto. Hoy he contado seis. Cinco hombres y una mujer. Hasta ahora no habían recalado en los soportales de Republica Argentina. No logro descubrir por qué desaparecen y la causa por la que invariablemente vuelven. Como golondrinas.
Quizás sea porque el frio arrecia en el norte. Y se van cuando el calor de Sevilla aprieta, o afloja la ropa.
Vienen porque tienen refugio seguro. Buena recaudación. Menos competencia al no haber acordeonistas rumanos. Solo uno desafina en la calle Asunción. Solo uno y uno no es ninguno.
La que no me cuadra es la mujer. Quizás sea como la Dolores, amiga de hacer favores. No pregunto por sus vidas. A mi ¿qué me importa? Y mentirán. Y estoy saturado de malestar social y los políticos ya no me engañan. Son todos iguales. Corruptos. No se puede fiar de ellos.
De pronto, casi al final de los soportales, hay otro. En un cajón de plástico, envuelto en mantas hay un perrito que mira ansioso, expectante. Al lado un carro de supermercado lleno a tope con sus pertenencias. Una radio magnifica; que en esos momentos está sonando una romanza. Escuché: era la Roca fría del Calvario de la zarzuela. La Dolorosa.
Me registré los bolsillos y deposité en su platillo unas monedas.
Solo un gesto de agradecimiento. Sin hablar. Chissst.
Me enjuagué una furtiva lágrima que resbalaba por mi mejilla.
Me marché despacito sin hacer ruido…