sábado, 18 de julio de 2015

Qué Velá quiere Triana. Javier Rubio



La Velá nunca ha sido mi fuerte. Tal vez sea herencia de familia: vivir en la calle Betis es una de las fórmulas más directas que conozco para abominar del ambiente festivo en los días señalaítos, ésos que alguien con muchos trienios resumía con un inconfundible desdén no exento de trianería: grifotas en la muralla y olor a fritanga. Eso era en los años 50 del pasado siglo, desde luego, porque ya los zagalones no fuman grifa sino hachís y el catálogo de pestilencias ha aumentado considerablemente desde el aceite pasado de los peroles de entonces.

Muchos podrán objetar mi desafección a la Velá, a lo que sólo se me ocurre contraponer el chiste con el que termina la película 'Con faldas y a lo loco': "Nadie es perfecto". El distrito y la comisión organizadora se han empeñado este año en resucitar el espíritu antiguo de la fiesta en el arrabal y guarda, aunque probablemente nadie sepa a ciencia cierta qué cosa sea. Desde luego, no aquellos concursos de tiradores de cerveza y de besos largos con que se llenaban las horas muertas del programa de actos en mi adolescencia. Quizá fueran las carreras de cintas en bicicleta que organizaba Zepelín o las banderas de la cucaña que se ganaba casi en exclusiva El Marino.

Se considere como se considere y referido a la época que se quiera tomar como modelo, el alma de la Velá de Triana siempre ha oscilado entre la de una verbena de barrio y la de una feria de pueblo. Probablemente, participe de ambas manifestaciones populares aunque a los puristas de una y otra acera de la calle Betis les parezca herético. La verdadera grandeza de la fiesta trianera no está en las casetas de trago largo para jovenzuelos ni en los cacharritos de luces de colores para los niños como dos estereotipos de esa alma gemela que venimos considerando. No, la mayor virtud de la Velá es el río: la única fiesta en Sevilla —perdonen la herejía los trianeros más puros– que mira al Guadalquivir. Soñar (despierto) con la `Música acuática' de Haendel interpretada desde la barcaza de la cucaña puede que no sea, después de todo, tan disparatado.

jueves, 2 de julio de 2015

La calores de Sevilla





Salvador García Bardón
"Quien no ha visto Sevilla, no ha visto una maravilla". Si bien este dichoso dicho sevillanófilo es verdad, también es verdad, y sólo hay que ir uno mismo allí, entre junio y septiembre, para experimentarlo en carne propia, que quien no ha soportado los calores de Sevilla no tiene ni idea de lo que es calor.

Recuerdo que, cuando yo era muchacho y pasaba unos días de agosto en Sevilla, en una casa sin aire acondicionado (sin "el fresquito postizo" de hoy), se decía que para freírse un huevo en Triana, en el mes de agosto, bastaba con echarlo al suelo en la calle.

Como a mí las experiencias de cocinar con energía solar sobre piedra no me decían por entonces lo que me dicen ahora, prefería pasarme las horas de la siesta en una de las salas de Cine del barrio de los Remedios, con aire acondicionado y con sesión permanente. Así combinaba al tiempo mi deseo de no dormir por la tarde, de soñar con los ojos bien abiertos y de no transformar en infierno mi paso por la maravillosa Sevilla.

Debo confesar, en honor a la verdad, que una de las experiencias más sibaríticas que tenía por entonces era el refugiarme, para leer, estudiar o conversar, al caer de la tarde, en cualquiera de los muchos rincones de sombra del Parque María Luisa. Lo más cerca posible de la nubecilla tornasolada de un surtidor en marcha, parecía que era posible acceder al cielo desde el infierno, sobre todo si a mi lado tenía la frescura de una compañera, cuya voz cristalina repleta de ilusiones me animaba a conversar y a imaginar más allá del estudiar.

Entre aquél entonces mío y el ahora de la mayoría de los sevillanos parece que hay algunas diferencias que, a pesar de la democracia, no han mejorado sino empeorado el enemigo mayor, que son "los calores", no en singular, sino mucho más en plural.

Le dejo la palabra para contarlo a la historiadora Doña Alicia Hermosa, cuyo mayor mérito, como valiente escritora y defensora del pueblo sevillano, consiste en "bloguear para testimoniar".

A golpe de calor
por Alicia Hermosa

A golpe de calor vivimos en Sevilla y un golpazo de calor es el que nos va a dar a los sevillanos/as en Agosto, pues entre el calor del sol, el calor de las maquinitas del metro, el calor de los aires industriales de grandes empresas, que te lo echan a tu casa; entre el calor y sofoco que da lo pegajosa que está nuestra ciudad, nos va dar un telele.

Oigan, y ahora que tanto hablan de la interculturalidad de los pueblos ¿por qué no nos hacen fuentes al estilo de la Fontana o, al menos, por qué no les enchufan el agua a las que hay?

Sevilla se ahoga entre su propio calor y el ajeno que nos regalan. Esta ciudad está que arde.

¡Cuidado, Sres.Turistas, que se nos suele ir la luz, y el fresquito postizo se esfuma!