miércoles, 9 de septiembre de 2015

Supersticiones y anatemas educativos. Antonio Montero Alcaide




Las supersticiones e inercias educativas dificultan la introducción de cambios relevantes que modifiquen la entidad de las materias o el protagonismo del examen
Antonio Montero
La superstición no solo es producto de una creencia contraria a la razón, e incluso a la fe religiosa, sino de una fe desmedida –en este caso no religiosa– que se tiene o se pone en algo. Constan, así, supersticiones docentes tales como la existencia incontrovertible de un “alumno medio”, que debe tomarse como referencia principal para la planificación y el desarrollo de la enseñanza; o la inamovilidad del “programa” de las materias, no siempre consonante con el currículo de las enseñanzas correspondientes a esas materias y niveles de la escolaridad. A la vez, tres elementos característicos de la organización y el funcionamiento de los centros están afectados tanto por la superstición como por la resistencia al cambio: se trata de la forma de agrupar a los alumnos, de distribuir el tiempo de la jornada escolar, y de configurar los espacios para los procesos de enseñanza y de aprendizaje. Si estos son aspectos organizativos, otros más didácticos (qué se enseña, cómo se enseña, cómo se evalúa) también se ven afectados por la inercia del sistema educativo: es el caso de la organización de los cursos a partir de materias más bien estancas, generalmente impartidas por un único docente en cada grupo; de la consideración de actividades y tareas didácticas no muy próximas a la aplicación de conocimientos adquiridos significativamente, más allá de la demostración momentánea de haberlos memorizado; y, sobre todo, del concurso del examen o prueba escrita como instrumento preferente y casi exclusivo para la evaluación del aprendizaje del alumnado.
Pues bien, en algunos centros que regentan los jesuitas en Cataluña, así como en la revisión del currículo de las enseñanzas adoptado en Finlandia, cuyo sistema educativo suele ser marco de referencia, van a ponerse en marcha cambios e innovaciones relevantes que se las verán con las supersticiones y las inercias. Una de las modificaciones mayores tiene que ver con la atenuación del rango de las materias que se enseñan para organizar el conocimiento. Y otra, pareja en alcance, es la disminución del valor de los exámenes como instrumento de evaluación. Así como la versatilidad de los espacios escolares, los tiempos de enseñanza y los agrupamientos de los alumnos, a fin de que estos refuercen la motivación para el aprendizaje y obtengan mejores logros educativos. Por poco que se profundice en la naturaleza de estos cambios, podrá advertirse la necesidad de condiciones difícilmente generalizables, ya que resultan propias de equipos docentes expresamente formados y de una decidida apuesta institucional por el reto. Pero el carácter digamos experimental de estas modificaciones y valor de sus efectos merecen atención porque la organización escolar no puede quedar más cerca del siglo XIX que de estos primerizos años del XXI.
A modo de muestra, una inercia escolar, vinculada a la planificación administrativa de la enseñanza, agrupa en el mismo nivel a todo el alumnado que nace en el mismo año natural. Por lo que, y esto influye especialmente en la Educación Infantil, alumnos que nacen en enero y en diciembre del mismo año están en el mismo curso, con casi un año de diferencia en su edad y maduración. Y otros que nacen en diciembre de un año y en enero del siguiente lo están en niveles distintos, con tan solo escasas semanas de diferencia en su edad. Del mismo modo que se establece un número fijo de alumnos por grupo, o que se asignan profesores en función de las materias y del horario establecido para estas. Además de tales criterios de planificación administrativa de la enseñanza, operan las conocidas como culturas profesionales docentes, donde el individualismo caracteriza las formas de ejercer. Luego modificar ámbitos tan afirmados es una empresa ardua y compleja.
Una cuestión principal, para tal propósito, es la formación docente, tanto inicial como continua a lo largo del desempeño. Porque al individualismo como cultura se une la materia como entidad de desarrollo profesional (profesores de matemáticas, de lengua, de ciencias…). Y, de resultas, la asimilación de la buena docencia con el mayor acervo y el dominio de la materia que se enseña. Cuando se precisan docentes capacitados con solvencia para enseñar en mucha mayor medida que expertos en disciplinas académicas que no solo se cursaron de modo general sin intención docente, sino cuyos estudios superiores no están concebidos con ese fin. Por lo que al cuestionamiento de las supersticiones se responde con los anatemas: el conocimiento aplicado, así, puede quedar proscrito al pensarse que lo sustantivo, conocer, se devalúa con lo adjetivo, aplicar. Lo perecedero, memorizar, con lo relevante, solucionar requerimientos y problemas complejos. Mucha razón será precisa, entonces, para aminorar supersticiones y anatemas.