lunes, 16 de noviembre de 2015

La luz de la memoria


 

Dedicado a todos aquellos que cruzaron la laguna Estigia pero que siguen latiendo en nosotros al nombrarlos

                                  “Cuántos fuegos cedidos
                                    encenderían el ocaso.”
                                                   Francisco Basallote

Declina el silencio como la tarde
crujen las ramas del ocaso,
se tejen murmullos en la espesura.
Hay sombras superpuestas sobre el agua,
a estas horas opacas y sin rostro,
abanican el aire las lechuzas
en su vuelo nocturno.
La copa de la noche
rebosa sensaciones,
si el velo del misterio
cae en las manos de un ciego
sabrá resolver sus enigmas,
seguramente, desde el tacto.
Con el fuego prestado encendería
antorchas en un círculo,
en su centro los nombres que me habitan,
la luz de la memoria entre sus ascuas.

María José Collado 

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Muchachas al sol. Pedro Sánchez Núñez




             Antonio Cano Correa y uno de sus monumentos más importante y desgraciado:              Muchachas al sol
La larga vida de Antonio Cano Correa (Guajar Faraguit, 4 de febrero de 1909- Sevilla 2 de julio de 2009) fue un esfuerzo constante de superación, personal y artística. De humilde familia de labradores, desde pequeño quiso orientar su vida por otros derroteros, y aprendidas las primeras letras en el Ave María de Granada, a los diez años trabajaba en una librería y a los trece empezó como aprendiz en un taller de escultura y ya desde entontes su dedicación al arte fue total y definitiva hasta llegar a ser Catedrático de la especialidad en la Facultad de Bellas Artes de Sevilla. Su dedicación primordial durante gran parte de su vida fue la escultura, pero a partir de 1970 se dedicó a la pintura, por motivos que tienen que ver con la incomprensión de su última producción escultórica por parte de los estamentos retrógrados que mandaban en Sevilla en esta materia.   
Es admirable que un escultor que se formó en el barroquismo de la estatuaria religiosa, y la practicó durante gran parte de su vida, evolucionara hacia una abstracción de las formas y los volúmenes que dieron como fruto algunas de sus esculturas más importantes y rompedoras. En efecto, en 1963 se estaba ordenando urbanísticamente la plaza de Cuba, en el Barrio de los Remedios, donde unos cuantos arquitectos trazaban la nueva imagen de la Ciudad, más moderna y sofisticada. Y le encargaron a don Antonio Cano una escultura para adornar la glorieta que allí se formó. El resultado fue el conjunto escultórico que don Antonio tituló “Muchachas al sol”. La obra se colocó en el lugar previsto y quedó oculta por unos telones que impedían su vista, no sé si en espera de la inauguración oficial o para  ganar tiempo y tratar de que la digirieran los “factótums” del asunto. Los que ya tenemos algunos años recordamos lo que ocurrió cuando al fin alguien logró fotografiar la obra, publicándose la foto en el diario ABC con un titular parecido a este: “Esto es lo que han puesto en la plaza de Cuba” y enfocaban las escultura poniendo al fondo la Catedral y la Giralda, para que quedara claro “lo que no podía ser”. Naturalmente los elementos más poderosos y conservadores de la Ciudad organizaron una desaforada campaña en la que terminaron teniendo éxito y así el grupo escultórico desapareció de la plaza de Cuba y empezó un trasiego similar al famoso pato de la fuente de “la pila del pato”.
Después de un jubileo de idas y venidas (parque de María Luisa, parque infantil  junto a su actual emplazamiento para que los niños jugaran con las esculturas que terminaron sufriendo daños que fueron restaurados en 1980 bajo la dirección del propio escultor), la obra terminó en 1981 en su actual e inadecuado emplazamiento, en el parterre existente en la glorieta hoy llamada “de las Cigarreras”. Pero no acabaron así las desgracias. Últimamente la escultura, que es de piedra caliza y era de un  blanco inmaculado, tal como la concibió su autor, ofrecía desde hace tiempo un feo y sucio color ocre motivado, al parecer, por algún componente químico del agua con que riegan el lugar donde se encuentra. Algunas voces se alzaron contra este nuevo agravio a la preciosa escultura, que han tenido poco eco. No es de extrañar en una Ciudad donde hay mentes preclaras que valoran tan poco el arte. La falta de sensibilidad de quienes deberían cuidar más el patrimonio ha mantenido durante demasiado tiempo esta situación lamentable que afecta a una escultura que ha tenido tan tortuosa historia, la primera y de las pocas modernistas que adornan la vía pública. Al parecer, en los últimos días algo se mueve en torno a las “muchachas”, esperemos que para arreglar el desaguisado.
A pesar de estos desaires, la nobleza del escultor se demostró realizando el precioso monumento a Juan Sebastián Elcano, llegando incluso a retratar en él, junto a su familia (su esposa doña Carmen Cano, es una grandísima escultora también), a personajes de la época, algunos de los cuales incluso algo tuvieron que ver con las vicisitudes de la escultura de las “muchachas”.
Profundamente afectado por la falta de consideración a su obra escultórica y a su mensaje de modernidad tan despreciado, don Antonio decidió dejar la escultura, regaló parte de sus herramientas a sus alumnos, y se dedicó a la pintura, con el mismo aire moderno y vanguardista, pero en la que lucen unas formas que no ocultan la condición de escultor de su autor.
Antonio Cano era un granadino ejerciente, transmitiendo ese aire misterioso y esa tristeza del exilio que caracteriza a quienes aman a Granada y no viven en ella. Y dejó testimonio de ello en sus libros “Granada en la memoria” y “Memorias amarillas” donde se preguntaba "¿Cómo sería el día en que yo nací? ¿Por qué no me preocupé nunca de este acontecimiento?”.
Su recuerdo pervive en su obra, tan grande e importante como mal celebrada como se merece, sobre todo en ese pequeño conjunto de niñas al sol, que ha tenido tan mala suerte.

Pedro Sánchez Núñez
C. de la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría

martes, 3 de noviembre de 2015

Cajón de satre. UN DRAMATICO SUCESO FUE EL ORIGEN DE LA MARCHA PROCESIONAL “VIRGEN DEL VALLE”.-



Este trágico suceso fue el origen de una de las marchas más inspiradas y piadosas de nuestra Seana Santa "Virgen del Valle"
Una de las marchas procesionales más antiguas, y tal vez de las dos o tres mas inspiradas y piadosas, muy lejos de la desagradable fanfarria que actualmente nos sorprende tras muchos de los estremecedores y piadosos misterios de nuestra Semana Santa, es la marcha “Virgen del Valle”.  Como es sabido, su autor es el maestro Vicente Gómez Zarzuela. Pero es menos conocido el trágico origen de esta conmovedora música, del que se hizo eco la prensa nacional publicándose incluso grabados del pintor José Arpa en el Nº XLIII de la revista “La Ilustracion Española y Americana”, de 22 de noviembre de 1896 y recogen, con abundantes detalles del pleito que motivó la tragedia, dos publicaciones coetáneas de los hechos, editadas por la Tipografía de la Viuda de Gironés (Sevilla, 1899), hechos igualmente relatados recientemente, entre otros, por Manuel Rodríguez Aguilar y, en el libro “Historia de la marcha Virgen del Valle”, por José Manuel Delgado. 
Esto fue lo ocurrido: En el tristemente célebre año de 1898, un grupo de amigos, muy conocidos en la sociedad sevillana, tomaron el vaporcito “Aznalfarache” para ir de caza al coto Doñana. El barco era un pequeño vapor de río de la Sociedad “Camacho y Cía”, que hacía normalmente la carrera de Sevilla a la Puebla del Río, junto a Coria del Río, con escalas en San Juan de Aznalfarache, Gelves y Coria del Río; había sido construido en Burdeos con 28 TRB, 19,60 metros de eslora, 3,10 metros de manga, 1,45 metros de puntal, y una pequeña máquina de vapor de 15 NHP que le propulsaba a una velocidad máxima de 6 nudos. Era la medianoche del 7 al 8 de noviembre de 1898, noche tranquila  de luna clara. A bordo, veintitrés personas: los diecinueve amigos, el patrón Antonio Martínez Montes, un mecánico, un marinero y un camarero. Tras parar en San Juan de Aznalfarache para cenar, y en Coria del Río donde embarcó otro amigo, continuó su navegación entre música y risas de los viajeros. 
Aproximadamente a las cinco de la madrugada remontaba el Guadalquivir el vapor “Torre del Oro”, buque que hacía el servicio mercante entre Sevilla y Marsella, de gran porte, fabricado en los astilleros ingleses en 1887, con 1.321 TRB, 74,33 metros de eslora, 9,55 metros de manga y 5,27 metros de puntal movido por motor de 130 NHP que le permitía una velocidad de 10 nudos. Al mando el capitán José Heredia González. A la altura del Caño de la Mata, el “Torre del Oro” colisionó con el “Aznalfarache” con tal violencia que el pequeño vapor se hundió rápidamente a una profundidad de 22 pies. Solo se salvaron  el patrón y el librero Juan Antonio Fe , muriendo el resto de los pasajeros que iban en sus cabinas: Javier Ruiz de Lecanda, interventor de la sucursal del Banco de España y su amigo Fernando Aguilera, profesor de la clase de modelado y vaciado de la Sociedad Económica; Francisco Pro, dueño de un establecimiento de perfumería y juguetes y sus dos dependientes Manuel Vázquez Marín y Sebastián García Alfonso; Antonio Enrile, capitán de ingenieros retirado; Manuel Alvear, cajero del Banco de España; Enrique Peña, joyero; Jacinto Mora, agente comercial; Alberto Barrau, hijo del ingeniero Leoncio Barrau; José Camacho, comisionista; Ricardo Villegas, pintor y hermano del célebre pintor José Villegas; Baldomero Vidal, comerciante; Baldomero Sánchez de Toro, comerciante; Juan Gonzalo, sombrerero; Enrique Castellanos, hijo de industrial de cerámica y un comisionista de la casa Fe; el maquinista del Aznalfarache conocido por Pepe el maquinista, el marinero José Núñez y el cocinero Joaquín Suero. 
Vicente Gómez Zarzuela, que en la fecha tenía 28 años, consternado por la gran tragedia, se puso inmediatamente manos a la obra y  compuso la marcha “Virgen del Valle” en homenaje de su difunto amigo Alberto Barrau. El extraordinario homenaje musical, dedicado a la “Virgen del Valle”, trae en sus notas inspiradas el recuerdo del luctuoso hecho y aunque la gran mayoría de los cofrades, y por supuesto la inmensa mayoría del público oyente no informado, no se den cuenta, constituye de hecho una majestuosa oración sonora por este grupo de buenos sevillanos y un llanto imperecedero por su lamentable pérdida.
2 octubre 2015

De sus labios a tus manos. José María Fuertes



 Y es que cuando se trata de Sevilla, siempre queda sacrificada la caballerosidad en aras de promulgar su fascinación.

Fui voyeur de Romero Murube con Sevilla. Un convidado de piedra que, gracias a sus libros,  presenciaba el temblor de una piel nada fácil de sobrecoger. Pero él la conocía bien, sabía dónde tenía el punto g. Y cómo besarla. Nadie como Joaquín Romero se llevó Sevilla hasta los labios y al huerto del Alcázar. Por eso la contaba en su desmayo, lánguida de fuentes y jardines. Dio con su secreto: la luz. Y se fue a publicarlo a los cuatro vientos lo mismo que Dominguín buscó a sus amigos en cuanto cuajó la faena con Ava.

Hay manías amatorias y querencias de la sensualidad como para pensar que a Sevilla le gusta evocar en otro hombre los placeres que le hizo sentir el primero. Y es otro Joaquín por el que ahora se deja arrobar. Parece irle ese nombre para rendirse. Se acostumbró a decirlo, la ensimismó escucharlo. Y es  otro poeta sin poemas, Joaquín Arbide, quien la desnuda y tiende en un lecho de flores, quien la aventura a entregarse, quien la consigue en su sinceridad, hasta donde más le duele.

Todas las grandes ciudades tienen algo de mujeres que han pasado por muchas manos. Son las más sabias. Arbide juega ahora su turno de llevar a Sevilla entre las suyas, de envolverla, de abrazarla, de conseguirla sin resistencia en un gozo oculto de alcoba que acabará en boca de todos. Porque aquel que se hace por fin con Sevilla, siempre termina como Dominguín con Ava: ávido de que por todas las esquinas de cales y de brisas se pregone la hazaña con la ciudad difícil. Y es que cuando se trata de Sevilla, siempre queda sacrificada la caballerosidad en aras de promulgar su fascinación. Hace años que la leí en los labios de Joaquín Romero. Ahora lo hago en la prosa de tacto de Joaquín Arbide, que la tiene en sus manos.