jueves, 3 de marzo de 2016

Oración al Cachorro. María Sanz


Señor mío, Dios río de Sevilla y Triana.

Señor mío, Dios río de mi abrupto paisaje,

regazo caudaloso donde aún me refugio,

sangre y agua, veneros que sin Ti no suceden.

La tarde es una sed que sumerge mis labios

en su propio vacío, redimiéndome el jugo

de la oración callada. Señor mío, Dios sangre,

ahora reconozco que no quise beberte

sin aridez extrema. La sed es un ocaso

donde aún te contemplo guardando tu agonía

fluvial en mi costado. Una tarde tan larga

no cabe en este Viernes, rebosan los celajes

y se inunda de malvas el cielo fugitivo.

Aquí tu Expiración es lo que fluye ahora

para desconsolarme con orillas de luto.

Tú eres el camino, la verdad y la herida

que mana su belleza a pesar de lo adverso.

Tú eres el destino, la bondad y la huida

hacia ninguna muerte, realidad que señala

lo que nunca serías sin la misericordia

alzada en tu perfil sobre el cielo clavado,

Señor mío, Dios río de Sevilla y Triana.
María Sanz

Desde el silencio. Andrés Amorós


Cada uno tiene derecho a sus preferencias, conoce de sobra lo que más le toca el corazón.  Para mí,  disculpen, lo más hermoso y lo más emocionante de esa  noche única nace del Silencio.
Para los turistas, la “Madrugá” puede ser una de las grandes citas, dentro del calendario español de fiestas populares; para los sevillanos, de nacimiento o adopción (entre los que me cuento),  es una noche única, un compendio de sensaciones y sentimientos muy difícil de expresar, si queremos huir de la retórica barata.

Los consejos que doy a los amigos que acuden por primera vez son muy sencillos:  ir sin prejuicios de ningún tipo; no querer abarcar demasiado; dejarse empapar por el ambiente, participar en la “comunión” multitudinaria; tener muy abiertos los ojos y la sensibilidad... Y, por supuesto, dejarse guiar por algún sevillano que la conozca bien, para elegir adecuadamente los tiempos y los lugares. Sólo él sabrá llevarnos , en el momento oportuno, al Postigo del Aceite, a la calle Cuna, a la dura curva de Boteros, al puente de Triana, a la Plaza del Museo, al Arenal...

Eso hice yo, hace años, y quedé  - lo digo con toda humildad – fascinado y enamorado para siempre.

Cada uno tiene su alma en su almario y las creencias religiosas que puede; cada uno, además, las expresa o las reserva como Dios le da a entender. Partiendo de eso y dejando a un lado los tópicos, estoy seguro de que cualquier persona que acuda  de buena fe y con un mínimo de sensibilidad a la “Madrugá” quedará totalmente deslumbrado.

Dicho con absoluta objetividad: aquí, la religiosidad popular, la cultura tradicional y la estética sevillana se conjugan en un acontecimiento tan peculiar, tan emocionante y tan hermoso que sería impensable, en cualquier otro lugar del mundo.

Nótese que , conforme a mi actitud de costumbre, estoy intentando describir, no ponderar. Para las cumbres estéticas, pretendo seguir la máxima de Stendhal: aportar “detalles exactos”. A todo ello hay que añadir, por supuesto, una marea de sentimientos colectivos que, sin duda, nos va a arrebatar inexorablemente.

Los místicos nos han enseñado que, para llegar al éxtasis religioso (añado yo: y al estético), debemos recorrer con humildad un largo camino de perfección. Así lo fui haciendo yo, en este terreno: sin prisa, poco a poco, descubriendo y atesorando momentos privilegiados.

Cuando Pachi y Eduardo Osborne, mis grandes amigos sevillanos, me consideraron suficientemente preparado, me sugirieron que solicitara el ingreso en la Hermandad del Silencio, por considerarla la más adecuada a mi carácter. Así lo hice y me asomé, desde entonces a un mundo único.

A mis amigos no sevillanos les suelo explicar, entre otras cosas, que las reglas por las que se rige hoy mismo nuestra Hermandad son las mismas que redactó, a fines del siglo XVI, nada menos que Mateo Alemán. Y, ante su asombro, confirmo: sí, el mismo que escribió el Guzmán de Alfarache... En nuestra capilla, una lápida, entre tantas otras, recuerda a nuestro ilustre Hermano.

Les comento también, a mis amigos de Madrid o de Alicante, que, esa noche, desde que cruzo la puerta de mi casa, vestido de nazareno, ya no hablo, ni tuerzo siquiera la cabeza a derecha o izquierda. No se trata – les digo – de “salir en una procesión”, sino de “participar en una Estación de Penitencia”: algo que voluntariamente hemos elegido.

En la Hermandad del Silencio – añado – impera ese democratismo trascedental que es una de las mejores herencias del pensamiento de  nuestro Siglo de Oro: no debemos llevar ni un anillo ni un zapato con hebilla ni nada que nos pueda identificar. Ante el misterio religioso, el gran misterio, todos somos iguales.

Les suelo hablar también de la emoción que nace de entrar a media noche, en la Catedral, que parece un inmenso barco oscuro y desierto, escuchando sólo el roce de las pisadas y el chasquido de los dedos, para indicarnos que debemos arrodillarnos ante el Santísimo; de la belleza increíble de enfilar la calle Francos, a la luz de los cirios, con la melancólica música que algunos denominan “los pitos”; de la sensación de anonimato absoluto, en medio de la multitud...

Después, nos emocionará el conmovedor patetismo del Gran Poder y el Cachorro,  de la purísima belleza de la Macarena y la Esperanza, de la bulla de los “armaos” y  los Gitanos... Son muchísimas teselas, muy variadas pero todas hermosísimas, que confluyen en ese mosaico único: la “Madrugá”.

Cada uno tiene derecho a sus preferencias, conoce de sobra lo que más le toca el corazón.  Para mí,  disculpen, lo más hermoso y lo más emocionante de esa  noche única nace del Silencio.

Nocturno y sismología del Viernes Santo. Antonio Núñez de Herrera


La madrugada se presiente como un oxígeno nuevo, como un génesis que inventara otra vez el resto de la ciudad desvanecida y diera ritmo al pulso desacordado.

La ciudad: cincuenta y siete calles encendidas, torrenteras de las parroquias a los altos hornos de la Catedral. La noche del parasceve vacía su mineral derretido, su fundición de nazarenos, "pasos" y luminaria en el molde predispuesto de las cincuenta y siete calles. Al lado, ¡cómo late la escoria caliente, la muchedumbre sin cirios ni capirotes, innominada y tremenda, por las aceras y en las bocaminas. Hay estas canalizaciones para que la luz corra y se divierta; pero también oscuros flujos de gente apresurada: baja marea de una multitud desvelada que da bandazos entre la sombra anónima de todo lo que, por deslumbramiento y contraluz, se ha derrumbado en la ciudad.

Arropada por la noche, la ciudad es sólo esta hidrografía ardiente de las Cofradías en marcha. Desde lejos, por las galerías soterradas, el afán enciende los clarines y crepita en candelas presentidas el tumulto de los tambores. ¡Luz y luz!... Cuanto escucha el oído se reforma en complejo visuales. Porque hay un ansia que pierde las sensaciones por las veredas del sistema nervioso.

Del Jueves al Viernes Santo la noche es vaivén y afán interminables; y antes que amanezca, contra el níquel donde comienza el alba, las últimas estrellas son espinas de una gran zarza oscura clavadas en la carne.

Y menos mal que, la noche tiene viáticos y claraboyas, remansos de buñuelos y aguardiente, ensenadas de pescado y vino donde se repone el ánimo para seguir este debate de barrio y procesión.

La madrugada se presiente como un oxígeno nuevo, como un génesis que inventara otra vez el resto de la ciudad desvanecida y diera ritmo al pulso desacordado.

La Catedral templa entonces el luminar de sus grandes calderas, y cuando la aurora restablece el equilibrio de las luces y coloca los corazones en su lugar de siempre, el día asoma por las altas vídrieras de la iglesia en una alegría de santos transparentes.

Afuera del templo una sola mano infiagrosa exprime el oro de las tabernas y los naranjales de la madrugada. Y se engalla en el horizonte una Cofradía de torres altas.

Entonces... todavía la gente se reconoce, con la ciudad, salvada del derrumbamiento.

Y los últimos supervivientes irán a ver entrar la Macarena.

Lugares donde salvarme


Pero llegas Tú y surges de un Evangelio escrito en surtidores, proclamado en la verdad del agua luminosa y manando de la llaga sonora de las fuentes. También Sevilla es palabra de Dios.

Mi salvación está prendida al temblor de las hojas del Parque. Allí me la dejaste amparada en la arboleda, sujeta a las ramas que rozaban tu morado martirio. Sólo creo ya en la brisa de la tarde que me trae tu  evocación. Sólo profeso la fe del eco de las cornetas que te anuncian o los tambores que te recuerdan. Cuando la banda, por las tardes, ensaya cruzando los paseos, todo parece seguir estremecido por Ti. Hasta los arriates se diría que me ofrecen las mismas flores del último Domingo de Ramos. Hasta los naranjos rezuman por diciembre un aroma de marzo. Y a través de una fronda atravesada por dagas de luz blanca, me libero de los vacíos de una religión que ya no me contesta y un mundo peligroso jugando al fuego de tantos abismos.

Puedo vivir mil días de preguntas o cargar con veinte siglos de misterios. Pero apareces Tú y escapa huidiza mi ignorancia. Los dogmas no resisten tantos meses como hay entre los albores de una primavera y otra. Es demasiado tiempo para soportar la vida sin una brizna del aire azul y fino de Sevilla. Pero llegas Tú y surges de un Evangelio escrito en surtidores, proclamado en la verdad del agua luminosa y manando de la llaga sonora de las fuentes. También Sevilla es palabra de Dios. Es cuando más firmemente lo creo todo y lo espero todo. Es cuando a tu paso el estanque cuenta tu Victoria, esa que es la mía, quizás la de todos.

Pepe Fuertes

miércoles, 2 de marzo de 2016

Lugares donde salvarme


 Pero llegas Tú y surges de un Evangelio escrito en surtidores, proclamado en la verdad del agua luminosa y manando de la llaga sonora de las fuentes. También Sevilla es palabra de Dios.

Mi salvación está prendida al temblor de las hojas del Parque. Allí me la dejaste amparada en la arboleda, sujeta a las ramas que rozaban tu morado martirio. Sólo creo ya en la brisa de la tarde que me trae tu  evocación. Sólo profeso la fe del eco de las cornetas que te anuncian o los tambores que te recuerdan. Cuando la banda, por las tardes, ensaya cruzando los paseos, todo parece seguir estremecido por Ti. Hasta los arriates se diría que me ofrecen las mismas flores del último Domingo de Ramos. Hasta los naranjos rezuman por diciembre un aroma de marzo. Y a través de una fronda atravesada por dagas de luz blanca, me libero de los vacíos de una religión que ya no me contesta y un mundo peligroso jugando al fuego de tantos abismos.

Puedo vivir mil días de preguntas o cargar con veinte siglos de misterios. Pero apareces Tú y escapa huidiza mi ignorancia. Los dogmas no resisten tantos meses como hay entre los albores de una primavera y otra. Es demasiado tiempo para soportar la vida sin una brizna del aire azul y fino de Sevilla. Pero llegas Tú y surges de un Evangelio escrito en surtidores, proclamado en la verdad del agua luminosa y manando de la llaga sonora de las fuentes. También Sevilla es palabra de Dios. Es cuando más firmemente lo creo todo y lo espero todo. Es cuando a tu paso el estanque cuenta tu Victoria, esa que es la mía, quizás la de todos.

Pepe Fuertes

Sevilla, se alquila. Carlos Navarro Antolín


Fotografía diario El Mundo

 Que cambien la letra de la leyenda sobre la ciudad. “Monteseirín me transformó, Zoido me cercó de veladores y mesas altas y Juan Espadas me alquiló pa banquetes y otras gracias”.
  
La vieja dama reunió a la familia en el salón de suntuosidad ajada, dorados apagados y vitrinas con platería enlutada por el paso del tiempo. Hacía ya unos años que el marqués se llevó para siempre la llave de la despensa y que el albacea había procedido conforme a lo expresado por el causante y, también, en función de criterios avaros, que ya se sabe qué parte corresponde al que reparte. La vieja dama toma asiento en la silla isabelina, reposa los antebrazos en la caoba de la mesa con esmero para no arrugar el paño de encaje, pierde la mirada en el lienzo de un antepasado con monóculo y bigote de húsar, y comunica a la descendencia:

–Ahora mismo no hay para pagar el próximo recibo del IBI. Os recuerdo que son 18.000 euros. No hay otro remedio que tomar de una vez la decisión.

Yla vieja dama, que ausculta con precisión los tiempos y siempre ha vivido con los pies en el suelo y atenta a la actualidad, pide la venia para alquilar varias partes de la hacienda para bodas y otros actos sociales. El vestíbulo cubierto es muy amplio para los cócteles en días de lluvia, de pie caben fácilmente trescientas personas. En el apeadero pueden servirse los aperitivos de bienvenida en primavera y verano. Las caballerizas, bien arregladas, son idóneas para el gran comedor. Siempre habrá algún gracioso que refiera eso de yantar donde en otro tiempo se han alimentado las bestias, pero Sevilla es la ciudad de la guasa. La mayoría se pirra por estar junto al noble al mismo tiempo que se regodea en sus penurias. Yel almacén, con una pequeña reforma, sirve para las horas de barra libre.

Sevilla es Tara, quemada por la guerra de la crisis económica, con los cultivos arrasados y las cortinas hechas jirones. El alcalde es Scarlett O´Hara en lo alto de un velador:“A Dios no pongo por testigo porque no me deja rojo sevillano ni los chicos de Participa, pero juro que no volveré a pasar hambre”. Y Juan Espadas, dispuesto a todo para reactivar la economía local, pone las zonas nobles de la ciudad en alquiler para cócteles y banquetes. Así recaudará 900.000 euros, casi lo mismo que el millón anual por las licencias de los veladores. Con Espadas será posible dar una copa de empresa en la Puerta de Jerez, donde el catálogo municipal dice que el primer atractivo es la fuente de Híspalis, la que parece sacada de un tanatorio del Aljarafe construido en tiempos de pelotazos urbanísticos con edil de Urbanismo imputado. También se podrá presentar un modelo de coche de alta gama con pedazo de cena para diez mil comensales en la Plaza de España. ¿Prefiere presentar su nuevo perfume en los Jardines de Murillo y tener luego varias mesas altas para servir el Möet Chandon? En este caso lo recomendable es limpiar previamente las ratas allí empadronadas, las de cuatro patas quiero decir. Si lo prefiere, ese acto social que siempre había soñado puede tener su marco incomparable en la ciudad de los marcos incomparables: en los Baños de la Reina Mora, en la Plaza de América (“¡Yo lo vi primero!, dirá Mario Niebla del Toro con el turbante y sus invitados de postín) o en la Alameda de Hércules, la que Monteseirín alfombró de un amarillo más feo que un chino con fiebre, y Zoido directamente no supo qué hacer, entretenido en pensar si estaba bien sujeta la placa que conmemora que un día inauguró un bacalao en Argote de Molina. Literal: un bacalao.

Sevilla se alquila para fiestas como la hacienda de la familia noble venida a menos. Arrendamos los escenarios de la grandeza que un día habitó entre nosotros. El márketin es cruel como un niño y nos dice las verdades: somos un gran salón de celebraciones, los hosteleros de Europa. ¿No montamos un horror llamado Munarco por ser la ciudad de la Semana Santa por antonomasia? Pues vendamos Sevilla como un gran velador. Y el Ayuntamiento, como la familia que tiembla con sólo imaginarse en el BOP por no pagar el próximo IBI, ha hecho el catálogo de plazas y edificios aptos para festines. Pero, ay pena, penita, pena, se han olvidado de la Plaza de San Francisco como la joya de la tatarabuela que no se alquila. Orgullo se llama. Claro, la Plaza de San Francisco ya tiene arrendatario con jaimas y mesas altas desde hace años. Que cambien la letra de la leyenda sobre la ciudad. “Monteseirín me transformó, Zoido me cercó de veladores y mesas altas y Juan Espadas me alquiló pa banquetes y otras gracias”.

Publicado en el Diario de Sevilla. La Caja negra el 24 de enero de 2016