viernes, 10 de junio de 2016

San Luis de los Franceses, el templo sin cofradía. Manuel Jesús Roldán


algo quizás imposible en esta ciudad: que sus vecinos valoren sus monumentos y pidan responsabilidades por su cierre. Aunque el templo no tenga cofradías…

Pocos sabrían decir el tiempo que lleva cerrado el único templo realmente barroco de la pretendida ciudad barroca. Pocos diferencian al San Luis de palo, el que da inicio al verano, del San Luis Rey de los franceses, el que da nombre a la iglesia de más atrevida planta de la ciudad. Pocos saben situar en el mapa la antigua calle Real, con origen en el antiguo cardo romano, que cambió su nombre por un noviciado jesuita de efímera y azarosa vida. Quizás es que San Luis de los Franceses, el recinto que acoge dos templos desacralizados, perdió su función hace tiempo, cayendo en el sevillano olvido y en las manos de políticos que un día tras otro anunciaron el proyecto final, la solemne apertura, la definitiva “puesta en valor”, esa vacía y cacareada expresión de tertulias que incide en algo quizás imposible en esta ciudad: que sus vecinos valoren sus monumentos y pidan responsabilidades por su cierre. Aunque el templo no tenga cofradías…

Las enésimas palabras del presidente de la Diputación Provincial aludiendo a su próxima apertura (“tres o cuatro meses”, un nuevo plazo indefinido en la ciudad que sólo cumple a duras penas con el reloj en Semana Santa), deberían ser una llamada a un tiempo nuevo. Los relojes están en marcha. La joya de San Luis sería en cualquier ciudad motivo principal de visita, de atracción turística, de contemplación artística, de dinamización cultural (otra palabra vacía tan de moda) y de atracción económica. Aquí no: en San Luis no hay cofradías, aunque acogiera imágenes y fuera sede ocasional de parroquias, aunque una hermandad habría luchado más por su apertura y conservación. Pero el diseño de su puerta y sus escalones impiden los tambores. Mejor. Así, algún día podremos escuchar el sermón labrado en su cúpula que da sentido al edificio, una cita del Libro de los Proverbios: si quit es parvulus veniat ad me. “El que es como un niño, que venga aquí”. Como niños esperamos su apertura. Como adultos, hemos puesto en marcha el reloj, vanitas barroca, que inicie la cuenta atrás hacia la contemplación de la que fue “del orbe la octava maravilla”.

Parte del artículo publicado en el diario ABC de Sevilla, Pasión en Sevilla, el 24 de agosto de 2015.

Estos viejos. Ángel Boix


 Estos españolitos han venido al mundo. Y ninguna España les helará el corazón mientras estos viejos y sus enseñanzas pervivan.
¡Que mañana tuve ayer!
Aún me estoy relamiendo. Y se me inicia una sonrisa y entorno algo los ojos. Mi mujer me mira de hito en hito y seguro que se pregunta, algo mosca, qué me pasa.
Sin más preámbulos: Yo estaba primero en el banco. Tranquilo, ojeando el periódico , al tiempo que miraba furtivamente lo que pasaba.
De pronto, una chica joven, con un carrito, se sienta a mi lado. La miro, balbuceo un saludo apenas respondido.
Del carrito un llanto desgarrador de bebé. ¡Me sobresalta! Miro a la chica. Saca al niño y empieza a hablarle bajito, lo mece suavemente, le pone el “chupe”. Todo inútil. Sigue el llanto y el pataleo, no calla ni se calma.
Le pregunto a la presunta madre:¿Qué tiempo tiene?
Tres días, me responde.
Disculpe, señora, yo he sido toco ginecólogo. ¿Dónde lo ha tenido? En el maternal del Virgen del Rocío. Muy bien asistida por un matrón. Rapidito. Este es el segundo. Mi madre me dice que no debería salir a la calle hasta que no esté bautizado y presentado a la Virgen. Pero ya ve, aquí estoy con mi hijo Pablo.
Y le digo: Dele de comer, tiene hambre. Y así lo hace. Ni corta ni perezosa saca un pecho y Pablito lo coge con afán.! Que mamón! Y calla, duerme. Esboza la sonrisa de los ángeles. Con tres días y la madre con el costo y el calostro en su maravilloso envase.
Al pronto había a nuestro alrededor tres carritos .Antes se juntaban preñadas y ahora paridas.
Y yo en medio, feliz. Estos españolitos han venido al mundo. Y ninguna España les helará el corazón mientras estos viejos y sus enseñanzas pervivan.

Deberes para casa. Antonio Montero Alcaide


Se trata de pensar qué actividades educativas son las que requieren, en mayor medida, de la intervención del profesor y de la presencia e interacción en el aula

Aunque las virtudes parecen cotizar poco en el mercado de los valores sociales, siempre se aludió a que suelen encontrarse en el recomendable término medio. Al cabo, algo parecido al justo equilibrio entre los contrapesos del pasarse y del no llegar. Pues esto mismo, virtud y equilibrio, se precisan en el caso de los deberes escolares, que han tomado protagonismo en el debate educativo y hasta en la controversia política, con iniciativas en algunas administraciones para regular su encomienda y ejercicio. Sabida es la tentación normativa por la que suelen regularse en exceso algunas cuestiones, o someter a nueva prescripción lo que debería ser ajeno a ella. Se quejan las familias, al menos las que parecen representadas por las asociaciones correspondientes, porque sus hijos ocupan muchas horas de las tardes en hacer los deberes y, además, requieren de ayuda y apoyo continuos para realizar las tareas. Y opinan algunos profesores, o sus representantes –aunque tanto en un caso, las familias, como en otro, el profesorado, convendría reparar en los avales de esa representación-, que los deberes son necesarios para completar los procesos de enseñanza y de aprendizaje que se desarrollan en las clases. Otros argumentos tienen que ver con las dificultades de las familias en situación de desventaja sociocultural para apoyar a sus hijos en las tareas escolares en casa; con la oferta de actividades complementarias o extraescolares en los centros, donde puede caber el apoyo escolar; o con la propia complejidad y extensión del currículo de las enseñanzas.

En definitiva, la intensificación del tiempo de aprendizaje en las aulas, señalada como factor de calidad de los centros, algo tendrá que ver, por el modo en que se adopta, con la acumulación de los deberes para casa. Y hasta las “clases invertidas” o “clases al revés” (“flipped classroom“) saldrán a la palestra para sostener la conveniencia de atender las explicaciones del profesor en casa, grabadas en vídeo o con recursos de las ahora TAC (Tecnologías del Aprendizaje y del Conocimiento), y hacer los deberes en clase. Se trata, por ello, de pensar en qué procesos y actividades educativas son las que requieren, en mayor medida, de la intervención del profesor y de la presencia e interacción en el aula. De modo que no se conviertan en deberes lo que de algún modo son derechos, sin que se esté postulando con ello la abolición del esfuerzo, otra virtud en cuestión.


Antonio Montero Alcaide
Inspector de Educación. Profesor de la Universidad de Sevilla
Publicado en la Revista Magisterio el 25-05-2016

Era una mañana de Sevilla. Joaquín Romero Murube


Era una mañana de Sevilla, Alegría de Dios entre los hombres, gloria de frutos en la tierra, campos llenos de espigas y parrales, lumbre azul en los altos cielos del estío, ¡alegría de Dios entre los hombres!

Los buenos sevillanos hemos de recordar siempre nostálgicamente aquella bella mañana del “Corpus”, en la que nuestra ciudad ofrecía la alfombra perfumada de sus calles para el paso de Dios. Desde hora temprana, la Giralda fundía la altura azul en una onda densa de músicas y campanas. Y por las calles, por plazas cercanas a la Catedral, el hormiguero humano subía, bajaba, corría por entre las flores, las sillas, la tropa, los cortejos parroquiales  que acudían a la Iglesia Mayor para engrosar la magna procesión divina. Y el sol: un sol tempranero, cristalino, batido por una brisa fina, brisa campera que tiene filos de espigas y lagunas de amapolas. en la procesión salía, señera, la cruz  de flores de los asilados, cruz de un mayo de geranios blancos, rosas y granates. Y detrás, los niños, marineritos tristes, acongojados por la majestad del cortejo.

Toda Sevilla es la fiesta de Dios: sus santos dilectos; aquí Fernando, con el mundo y la espada, manto de armiño, y precedido de su brillante corte militar; aquí Justa y Rufina, mocitas buenas de Sevilla que, en su virtud, pueden levantar esta Giralda de Gracia, con campanillas y esquilas como zarcillos de vírgenes, tintineantes; Isidoro y Leandro con inseguras mitras en la plata gótica de sus esculturas; La Pastora en su monte idílico de esquilas y rebaños; el Niño de Dios, la Custodia chica, y detrás–vino,sangre,pan–, Dios en su trono de gloria sobre la custodia grande.

Las calles de Sevilla sabían recibir la visita de Dios: adamascadas telas en los balcones, luminarias en la noche, romero, juncia, y almoraduj por las calles del tránsito. Los seises bailaban ante el Señor, junto al altar de plata en la Plaza de San Francisco: era la ofrenda más pura y genuina de la ciudad. Seis niños de Sevilla glorificaban a Dios en una danza de gracia, llena de ternura y palillos. El incienso formaba cortina de encajes bajo toldos que libraban del Sol. A veces, un rayo de lumbre atravesaba la trémula penumbra e incendiaba en reflejos los brocados de las casullas.

La procesión seguía. La Majestad lo llenaba todo. Se fundía el oro de la mañana la sensación viva de Dios ante nosotros. El pueblo caía arrodillado y sobre el silencio de la muchedumbre prosternada se percibía claramente el crepitar de la cera en la custodia, la oración inextinguible del Prelado, y ese misterioso curso de algo divino que pasaba, de algo que había estado allí ante nosotros, que se iba, sensible aunque sin volumen, dejándonos estremecidos, fríos, como se va una oración de entre los labios.

Era una mañana de Sevilla, Alegría de Dios entre los hombres, gloria de frutos en la tierra, campos llenos de espigas y parrales, lumbre azul en los altos cielos del estío, ¡alegría de Dios entre los hombres!. Todos nos sentíamos ungidos por la presencia divina, y ya tarde, cuando Dios había recorrido las calles de la ciudad, aun sentíamos sobre nuestro corazón la emoción intensa de esta clara mañana, llena de un temblor de campanas y oraciones. ¡Era Dios en la ciudad!